Hay quienes dicen que esto de que Antauro Humala aparezca, cada tanto, en los primeros lugares de las encuestas de intención de voto es un “Armani” del fujimorismo, para que la gente se asuste y termine votando por Keiko Fujimori, a quien, milagrosamente, se le habría aparecido dura competencia en su especialidad favorita: ser el eterno “mal mayor” de la política.
El argumento es la mar de ingenuo. Si a Keiko la derrotó, primero, un izquierdista que se limó los colmillos en el camino; luego, un liberal de derechas que se le parecía —en lo económico— como una gota de agua a otra; y finalmente un izquierdista apapachado por el Movadef, ¿por qué alguien pensaría que podría ganarle a un radical cuajado en el juego político y dispuesto a hacer colapsar todo lo que ella (Keiko) representa?
Después de que su rabieta de perdedora se llevara por delante el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski, después de la terrible performance de SU mayoría congresal de ese período y después del infamante pacto mafioso que ella y su furgón de cola congresal han firmado con la presidente más repudiada del planeta, Keiko Fujimori es, no cabe duda, la única candidata a la que la gente vería como el “mal peor” frente al “mal mayor” que, también sin duda, representa Antauro.
Por otro lado, ella como nadie encarna al establishment político en su justa expresión. Es quien maneja los hilos del poder la que pone las reglas del juego y la que jala los hilos de titiritera en la sombra mientras su servidora de Palacio se ciñe al juego que le permite el pacto mafioso. Es decir, ella es una perita en dulce para un antisistema como Antauro, cuyo único programa es justamente dinamitar ese establishment.
Pero no hay de qué preocuparse, por ahora. Nuestra DBA es tan ídem que sigue creyendo que tiene muchas opciones de liderazgo, así que lo más probable es que, para el 2026, tengamos una multitud de pigmeos pugnando por sacarse la Tinka de ir a segunda vuelta. ¡Total, si Keiko llegó con el 8% de los votos, cualquiera puede!, pensarán.
Sin embargo, el peligro de que sea la hija de Alberto quien finalmente vaya y se dé el cuarto contrasuelazo electoral está ahí, a juzgar por las encuestas, por prematuras que sean. Y eso sería terrible para el país si el que está al frente es el hijo favorito del fallecido don Isaac. Por eso, a estas alturas, el Humala chico debe estar probándose algún disfraz de panetón y rogando a la Pachamama que le toque una segunda vuelta con ella.
Y hablando de Antauro, de momento sigue en los ajetreos burocráticos que amenazan, cada tanto, con desbancarlo del elenco de aspirantes presidenciales, pero de que está en campaña, lo está. Da entrevistas, hace giras, mueve redes sociales con harto troll. Parece no preocuparle demasiado que, según la misma encuesta que lo pone de segundo en la intención de voto, haya siete de cada diez peruanos que piden la proscripción de su partido.
Como buen animal político, sabe manejarse con su público objetivo (que, por el momento, puede ser cualquier persona enojada con el estado de cosas), por lo que, seguramente, piensa que puede romper ese techo de rechazo con facilidad. Y lo piensa a tal punto que no se está dando la más mínima molestia de morigerar sus discursos incendiarios. Lo demostró en la entrevista que tuvo con Rosa María Palacios, en la que ratificó su promesa de matar a todos los expresidentes (vivos, obvio), calificó a la democracia de “prostituta” y hasta propuso legalizar las drogas cual si fuesen “plátanos de isla”.
El problema está en que, en momentos caldeados como este, la gente de la calle tampoco está para exquisiteces democráticas. Al contrario, es justo lo incendiario, lo antiestablishment, lo demoledor, el tipo de discurso que encaja con su frustración y su rabia. Por eso, el que Antauro Humala se ratifique en todo aquello que en otro momento aterrorizaría a cualquiera suena a música celestial para la gente de los sectores que se han sentido agredidos por el pacto mafioso que gobierna desde el 2016 y que, en efecto, ha prostituido vilmente toda forma democrática. Él les ofrece algo que, cerradas todas las salidas y descartado el diálogo, es lo único que puede compensarles: la revancha.
¿Hay forma de enfrentar el riesgo de que un sociópata alucinado y megalómano termine jurando como presidente el 2026? La razón nos dice que sí, pero ya sabemos lo que ocurrirá. Primero, habrá una violenta campaña de demonización —justamente lo que más le conviene a Antauro— y una persecución legal que lo terminará convirtiendo en víctima y generándole efecto teflón. Luego, vendrá el terruqueo a diestra y siniestra para quienes propongan soluciones o estrategias más sensatas. Después, comenzará el cuento del fraudismo. Y así, hasta mandarlo directo a la presidencia.
Una situación como la que hoy vivimos requiere, más que nunca, de ponderación y ecuanimidad. Y eso pasa por que encontremos un candidato que, más allá de las diferencias, pueda galvanizar a las fuerzas democráticas y marcar distancias con la mafia política que hoy gobierna. Por decirlo a la guatemalteca, un Arévalo que se les escape de las manos. ¿Quién es esa persona? Lo tendremos que decidir cuando las candidaturas estén definidas. Si lo hiciéramos antes, el pobre elegido recibiría todos los golpes de la DBA y tampoco se trata quitarle ese dudoso honor a Antauro.
Periodista por la UNMSM. Se inició en 1979 como reportera, luego editora de revistas, entrevistadora y columnista. En tv, conductora de reality show y, en radio, un programa de comentarios sobre tv. Ha publicado libro de autoayuda para parejas, y otro, para adolescentes. Videocolumna política y coconduce entrevistas (Entrometidas) en LaMula.pe.