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Una secta muy normal, por Jorge Bruce

Se diría que, como las cabezas de la hidra, cortas una y aparecen otras para hostigarte. 

En el año 2001, cuando Canal N tenía su local en Miraflores y lo dirigía Gilberto Hume, fui invitado a un programa conducido por Cecilia Valenzuela. Como es evidente, todos los involucrados, incluido el canal en donde se había propalado el vladivideo que fue el puntillazo para la dictadura de Fujimori y Montesinos, hemos cambiado en estos 23 años. Sin embargo, lo que sigue vigente es la secta que era el motivo del programa de ese día: el Sodalicio.
En ese entonces carecían del poder y los medios económicos que poseen ahora. En cambio, acaso debido a la ausencia de reflectores que los apuntaban, sus abusos en las hoy célebres “casas de San Bartolo” se cometían fierro a fondo. Desde entonces se han publicado libros como Mitad monjes, mitad soldados, de Pedro Salinas y Paola Ugaz, o La jaula invisible, de Martín López de Romaña. Asimismo, el teatro La Plaza puso en escena la obra San Bartolo, basada en el libro de Salinas y Ugaz. Gracias a estos y otros testimonios como los de José Enrique Escardó, el Sodalicio tuvo que salir de la sombra y el anonimato. Tuvieron que cerrar las casas de San Bartolo, sus centros de adoctrinamiento y abuso psicológico, físico y sexual. Pero no desaparecieron: se adaptaron.

En el citado programa de Valenzuela, aventuré la hipótesis, basada en mi conocimiento de casos individuales y cierta intuición informada proveniente de mi entrenamiento como psicoanalista, de que muy probablemente en esas casas de control mental destructivo se cometían abusos sexuales. Hoy es evidente que las sectas fabricadas en torno al culto de la personalidad de un líder suelen recurrir a esas prácticas. Hay ejemplos grotescos como los de Karadima en Chile o Maciel en México. Pero hay otros más inesperados como las recientes denuncias contra el difunto abate Pierre, en Francia. Un hombre venerado en todo el mundo por su trabajo conocido sobre todo por los intachables Traperos de Emaús, a quien cada vez más mujeres están denunciando por abusos sexuales. Cientos de escuelas y calles llevan su nombre.

Steve Hassan, un experto en cultos y nuevos movimientos religiosos, ha desarrollado un modelo al que denomina BITE. Son las siglas en inglés de control de comportamiento, control de información, control del pensamiento y control emocional. Calza con el Sodalicio como un guante. Lo único que falta en su modelo, a mi criterio, es el control del cuerpo y los abusos concomitantes. Pero en todo lo demás es una excelente síntesis del funcionamiento de los cultos. Hassan lo sabe por experiencia propia: fue miembro de la secta de Moon.

Hace algunos años realicé, a pedido del estudio de abogados en el que uno de los socios es mi amigo José Ugaz, una serie de peritajes a exsodálites, quienes habían denunciado al Sodalicio por el único delito que no había prescrito: secuestro mental. Las evidencias eran abrumadoras para quien quiera escuchar la verdad. Sin embargo, el poder económico sodálite le permitió contratar a varios de los más encumbrados estudios de abogados del país. Durante un debate en la Fiscalía, me vi confrontado con cuatro representantes de diferentes estudios, que asumían la defensa de los acusados. ¡Felizmente, eran abogados y no psicólogos! Uno de ellos se disculpó conmigo, al terminar la diligencia, diciendo que “esto no era personal”. Le respondí que más personal no podía ser. No contra mí, que solo estaba en condición de perito de parte, sino para las víctimas de la organización.

El problema es que, como sabemos los peruanos, la justicia no solo tarda, sino que a menudo se pliega ante los poderes económicos y de clase. Por eso, periodistas como Pedro Salinas, Paola Ugaz y Daniel Yovera sufren hasta hoy una feroz persecución judicial, instigada por la secta de marras, que viene desde hace años. Causándoles todas las penurias y costos económicos y personales imaginables. Lo más reciente es el levantamiento del secreto de comunicaciones de Paola Ugaz, efectuado por un juzgado de corrupción de funcionarios. Esto es algo de lo que Paola acaba de enterarse y viene desde hace algún tiempo poniendo en riesgo sus fuentes periodísticas y su privacidad. No es difícil adivinar qué organización está detrás de esta denuncia sin pies ni cabeza, a todas luces destinada a amedrentar a quienes revelen sus secretos oscuros. En el caso de Paola, está investigando los manejos económicos del Sodalicio. Como eso duele, el encono ha redoblado.

Se diría que, como las cabezas de la hidra, cortas una y aparecen otras para hostigarte. Por ejemplo, el líder histórico de la secta, Luis Fernando Figari, fue expulsado por el Vaticano de la Sociedad de Vida Apostólica, nombramiento que habían obtenido tiempo atrás. Figari es un personaje intelectualmente mediocre y convencido de ser un genio omnipotente, tal como sucedía, salvando las distancias, con La cuarta espada: Abimael Guzmán. Figari está escondido en Italia, pero su organización sigue operando con impunidad. Hasta ahora.

El descabezamiento ordenado por el Papa debió haberlos alertado. ¿En serio pensaron que bastaba con ese “sacrificio” y podían continuar con el business as usual? Puede que fuera muy tarde para detener la maquinaria y no les quedara otro remedio. Pero también podría ser (las opciones no son excluyentes) que tantos años de hubris los hayan persuadido de poder salirse siempre con la suya. Después de todo, el Poder Judicial peruano no los ha tocado. Harían bien en revisar la historia de la antigua Grecia: antes de castigar a los infractores, los dioses les hacen creer que son intocables.

Jorge Bruce

El factor humano

Jorge Bruce es un reconocido psicoanalista de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado varias columnas de opinión en diversos medios de comunicación. Es autor del libro "Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo".