Me sorprendió leer que solo la semana pasada el expresidente boliviano Evo Morales declaró “nuevo enemigo” a su exvicepresidente e ideólogo Álvaro García Linera (AGL).
La insoportable levedad de la memoria humana está contagiando a la memoria electrónica. Ese tema lo comentamos en esta columna el 10.4.2023, bajo el título ‘Historia de dos binomios’. La noticia-noticia fue que AGL, influencer de chilenos y peruanos refundacionales, requintó a Morales y al presidente Luis Arce por estar disputándose el poder futuro y desangrando a su partido MAS en el presente. La réplica de Morales fue fulminante. Recordando que “el hermano Álvaro” fue su segundo por 14 años y tratándolo implícitamente de desleal, sintetizó su nueva relación en una frase: “Tengo un enemigo más”.
Lo nuevo es que ahorita Morales está profundizando en su rencor. Hace poco dijo (o reveló) que AGL no tiene título académico alguno y que manipuló a la justicia para bloquear un proceso por falsedad ideológica al respecto.
Al margen de esa estocada y de la olvidadera sobre la enemistad nueva, mi pronóstico fue que, tras ese divorcio entre “Toro Negro” y “Toro Blanco” —según chapas amistosas antes asignadas por el propio Morales— vendría la mutación de AGL en actor político autónomo. Liberado de su dependencia como asesor (con o sin diploma), trataría de convertirse en el tercer hombre efectivo del MAS y, eventualmente, en su ideólogo gobernante.
Puede que eso ya esté sucediendo. Perdida la esperanza de abuenar a su exjefe con el actual presidente (si alguna vez la tuvo), “Toro Blanco” está promoviendo como candidato presidencial a otro tercer hombre: Andrónico Rodríguez (35), joven dirigente cocalero y presidente del Senado. Dice que este podría jalar una nueva votación, “más allá de la que tienen Evo y Luis”.
En apariencia, sería una nueva muestra de su vocación de Gran Elector o poder detrás del trono. Pero, visto que la querella Morales-Arce podría llevar al MAS a la derrota y que Rodríguez sería un volador de luces, también puede ser una encuesta camuflada o una autopromoción inteligente. ¡Qué mejor presidente que quien saca presidentes del sombrero!
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Si a fuer de plausible tal sospecha llegara a cuajar y AGL volviera a tener poder, chilenos y peruanos tendríamos que estar atentos. Él tiene y mantiene tesis geopolíticas que nos afectan estratégicamente. Pese a nuestra flaca memoria, no cabe olvidar que fue el ideólogo de una América Latina plurinacional, de una salida soberana al mar para Bolivia vía plurinacionalidad y de las constituciones sin consenso que legitiman “una guerra social total”. En esa línea apoyó, por interpósito Morales, una Constitución boliviana que desconoce de manera unilateral —directa e indirectamente— los tratados de 1904 (chileno-boliviano) y de 1929 (chileno-peruano).
Encabalgados sobre esos constructos, Morales y el presidente Arce se manifestaron felices cuando una mayoría circunstancial de constituyentes aprobó la fragmentación de Chile en 11 naciones. Luego, tras el contundente rechazo plebiscitario de la única nación chilena, Morales se fue al Perú de Pedro Castillo para endosarle su proyecto Runasur y, de paso, apoyar estallidos en Puno denunciados como separatistas. Aquí en mi sur pasó colado, pero en el Perú fue denunciado por 10 diplomáticos top y el Congreso lo declaró “persona no grata”.
Con base en ese doble fracaso, es importante prever si, dependiendo solo de sí mismo, AGL se renovará o mantendrá sus tesis injerencistas. Esas que llevaron a algunos de sus lectores a calificarlo como “uno de los más importantes intelectuales de América Latina”.
Tal prospectiva es teóricamente importante, pues plantea un dilema filosófico: hasta dónde es irreversible el ideologismo de los intelectuales y en qué medida puede esperarse que la realidad les caiga en la cabeza. Ejemplificando, todavía hay creyentes del marxismo-leninismo soviético, pero también están los que asumieron su fracaso tras la extinción de la Unión Soviética.
Pero más importante es el tema desde la contingencia política pura y dura, dado el catastrófico momento que vive el mundo, América Latina incluida. Es que, ante el silencio, temor o simpatía ideológica de los pocos gobernantes que califican como democráticos, Cuba lleva 65 años de dictadura, la venezolana expele millones de emigrantes y en Nicaragua se encarcela a cualquiera que disienta del matrimonio Ortega-Murillo.
Más grave aún, hay sospechas fundadas sobre redes entre dictaduras y organizaciones criminales que permitirían eliminar opositores de manera expedita. Es un tema candente aquí en mi sur, a propósito del espeluznante secuestro y asesinato del teniente Ronald Ojeda, un militar venezolano disidente, fugado de la cárcel y asilado en Chile.
Por lo dicho, la cuestión de nuestro tiempo regional ya no es solo la necesidad de fortalecer las debilitadas democracias. Ahora insurge una necesidad complementaria: mejorar la correlación de fuerzas democráticas, frente al triunvirato dictatorial y sus aliados transnacionales, con o sin prontuario.
Grave sería que, en este momento del hemisferio, un país geopolíticamente central como Bolivia siga favoreciendo tesis incompatibles con la autodeterminación. La inminencia de un retorno de Donald Trump a la Casa Blanca no es aliciente para las democracias que sobreviven y el triunvirato quedaría mejor posicionado para nuevos fichajes. Además, se ampliaría la plataforma para que potencias extrarregionales exportadoras de armas —como Rusia e Irán— amplíen actividades poco medicinales en la región.
En malas cuentas, con un Morales agitando el cotarro en su país, en el Foro de Sao Paulo y en el Grupo de Puebla, Bolivia hoy está en condiciones de cargar la balanza hacia las dictaduras duras o hacia las democracias blandas.
A estas alturas del peligro regional, cualquier prospectiva nos dice que la segunda opción está lejos de ser poca cosa.
José Rodríguez Elizondo. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.