Tres horas de palabras sin acciones, por Ana Neyra

“Tampoco los jefes militares o policiales ven en peligro sus cargos. Ni siquiera luego de la nueva represión con violencia –alguna aún durante el discurso–, usando gases...”.

Formo parte de las personas que sigue el mensaje de 28 de julio. Cada vez los escucho con menos optimismo y expectativa. Este año, la situación se agravaba con un gobierno sin políticas públicas estructurales o trascendentales, pero que sobre todo venía rechazando cualquier posible mea culpa frente a la violencia de la Policía y las Fuerzas Armadas; y con cada bono, reconocimiento, mantenimiento en el cargo o nuevas acciones, reafirmaba su deslegitimación de la protesta y la pretendida justificación del accionar.

Entonces, cual frase popular, no esperábamos nada, pero aun así logró decepcionar. Primero, con el pseudo pedido de perdón. El perdón, para sentirse sincero, debe venir aparejado de una asunción de responsabilidad y, sobre todo, de un “propósito de enmienda”, de un intento de cambio de rumbo. No es un “pasar de página” ciego.

¿Qué voluntad de cambio existe cuando no se hace efectiva ninguna responsabilidad política? El ministro de Defensa, durante los episodios más violentos y que derivaron en las muertes de compatriotas, es hoy presidente del Consejo de Ministros y parece tener una posición inamovible en el Gobierno.

Tampoco los jefes militares o policiales ven en peligro sus cargos. Ni siquiera luego de la nueva represión con violencia –alguna aún durante el discurso–, usando gases lacrimógenos dirigidos al cuerpo, maltratos a periodistas o con las detenciones arbitrarias (como la de Kenty Aguirre o Raúl Tinco).

La pantalla partida nos permitió ver la nula voluntad de cambio y la contradicción de acciones y palabras, que pregonaban perdón y reconciliación mientras las “fuerzas del orden” agredían a manifestantes y periodistas, nuevamente violando derechos humanos en sus prácticas, exigiendo colegiaturas contrarias a la profesión y a la libertad de prensa y expresión (como estableció la Corte Interamericana de Derechos Humanos en la Opinión Consultiva 05-85).

Con ese nivel de contradicción, ya ni puede sorprender lo soporífero de hablar más de tres horas, sin imponer algún nivel de prioridad a propuestas cuasi atropelladas. Ahí solo puede apreciarse un ego enorme (¿alguien puede creer que la población sigue escuchando luego de ese tiempo?) o simplemente nula lectura de la realidad. ¿Sirven de algo esos llamados “listados de lavandería”?

Por lo demás, parecían interminables y con la vocación de “hacerse indispensable”. Una reflexión interesante de Augusto Towsend fue que ese intento de transmitir un “mayor costo” por sustituirla solo funcionaría si aún se le asignara alguna credibilidad a lo que anuncia. Parecía dirigirse solo a consolidar la permanencia hasta 2026, en ese contubernio que hoy motiva a casi toda la clase política.

Preocupan ausencias. Instrumentaliza el género cada vez que se le critica, pero omite toda mención en su discurso. No alude a los temas de la calidad de la educación universitaria, con la contrarreforma hoy en curso en SUNEDU. También inclusiones como la “Policía del Orden y Seguridad”, lo que, además de la reminiscencia del nombre, preocupa por estar fuera de la carrera y con formación mínima de un año, para ponerlos a cargo de la seguridad ciudadana, como se advertía en La Encerrona.

Pero sobre todo preocupa, como bien analizaba Gabriela Vega, en una columna reciente, que la presidenta haya elegido la inercia, esa que nos está llevando como ciudadanía a ver “cómo se vacía el significado del ejercicio del poder democrático”.

Con ello, es indispensable tomar conciencia de la necesidad de reconstruir la democracia “desde un sentido de bien común, de Estado presente, de ciudadanía que es respetada en sus múltiples derechos”, que resalta Paula Távara para una entrevista en este medio.

Solo así podremos tener una real reconciliación y esa verdadera democracia que debemos exigir y que como país merecemos.

larepublica.pe