El mensaje del 28 de julio ha sido el núcleo de un contexto del que no puede ser despojado. Apreciarlo fuera de los recientes hitos -la marcha del 19J y la reactivación de las protestas, la elección de mesa directiva del Congreso y la irrupción de la crisis económica- es un error de observación y de ubicación frente a la realidad actual.
Hay que rehuir al ridículo. En el extremo, algunos análisis han medido el porcentaje de palabras del mensaje dedicadas a un sector, para concluir a partir de ello un grado de interés por problemas serios, de modo que parece que los pendientes de la infraestructura y la reactivación ya fueron atendidos, lo que nos debería hacer felices por adelantado.
Puede ser que algunos se engullen este modelo de análisis textual-simplón. Sin embargo, el juego de imágenes recientes indica un momento nuevo con elementos nuevos. No se duda del deseo, sino de la realidad y, en ese sentido, los últimos días fueron un estupendo test de las posibilidades del régimen para mantenerse en pie y extenderse en el tiempo.
El mensaje ha sido concluyente en afirmaciones y negaciones. Por ello, recomiendo entrar y salir de lo textual y arriesgarse a asumir el contexto y, especialmente, un inquietante reverso que irrumpe contra la mayoría de discursos públicos.
En lo primero, el contexto, este es el momento más frágil de la alianza gobernante a pesar de sus esfuerzos por demostrar lo contrario. De hecho, la fiesta nacional fue vivida en parte como un escenario de guerra actual con dos patrias enfrentadas, una que desconoce y reprime y otra que busca reconocimiento y justicia.
Julio patrio no ha servido para unir a los peruanos. La imagen más importante del contexto es esta: como el año 2000, aunque con menor intensidad, la patria se ha repartido entre un ellos y un nosotros que el mensaje del 28 de julio no ha logrado unir. La primera verbalización del perdón no fue consistente con el desborde anárquico-feroz de la policía. La democracia tolera el consenso a palos, pero no se puede pedir perdón a palos.
El análisis textual-simplón que ha nutrido gran parte de los balances de estos días no se atreve a los resultados. En este caso, el principal resultado es que un poder débil que ha desperdiciado una valiosa oportunidad de unir al país, y así también fortalecerse, se ha tornado más precario. Cada varazo a los peruanos que protestan pacíficamente es una gota más de legitimidad que se le escapa al régimen político.
Más sobre el contexto. El populismo de derecha se profundiza. El poder se empeña en encarar el corto plazo con un volumen inédito de ofertas sin que cuadren las cuentas de cómo financiarlas y, si se logra, como ejecutarlas, e intenta forzar una oferta de seguridad sin reforma policial y por decreto. Fuera del correcto deseo de proveer de más efectivos a la PNP, las medidas no encaran el auge de los delitos de alta peligrosidad que requieren inteligencia más que patrullaje.
Ese populismo viene con más securitización de la política, con proyectos para recrear el delito de disturbios y entorpecimiento del funcionamiento de los servicios públicos, creación de figuras penales para sancionar como instigadores a los periodistas que difunden la convocatoria a las protestas y más amenazas a los migrantes. La sociedad y la economía sufrirán las consecuencias. Es de manual que toda sociedad policializada en A. Latina también termina con las libertades económicas.
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Otro elemento del contexto es la eficacia. En conjunto, el Estado ha perdido velocidad y eficiencia en la gestión, contra lo que se estrellan los anuncios más ambiciosos de los últimos ocho años. El primer shock que requiere el Estado es en la gestión, entumecida por un invierno de temores, cambios frecuentes, naufragio de políticas, y una primera línea de desigual desempeño. La implosión de sectores o el riesgo de ella no ha sido conjurado porque la élite empresarial ha decidido aceptar, apoyar y no cuestionar, una increíble hipoteca que tendrá un alto costo.
Este contexto ha producido un reverso con tonos inéditos. Es más nítida la imagen de un Perú incandescente pleno de problemas acumulados que apenas ha sido tocado por los principales actores, especialmente el poder, en una suerte de explosiva negación.
Ahora hay también fuego fuera de la política cotidiana. El reverso de lo que hemos vivido en julio, y que viviremos lo que resta del año, es un Perú que demanda atención del poder y de la oposición, con la crisis económica, alimentaria y de seguridad que reclaman urgente atención.
En el reverso, julio termina con una prensa oficialista abierta en la TV abierta, y una elite empresarial igualmente oficialista, congeladas ambas en el ritual del poder y sin exigir cuentas por la crisis económica y la recesión. Podría entenderse ello de los primeros -copamiento o alineamiento-, pero es increíble la traición de los CEO a sus propios intereses.
El saldo de este microciclo de julio es que la derecha ha unido su destino al gobierno. También la élite empresarial que en marzo exigía nuevas elecciones y ahora acompaña el quedémonos todos (Rosa María Palacios ha propuesto un saludable debate sobre qué pasa con los liberales). Ambos les temen a las elecciones, paradójicamente en el momento en que se encuentran mejor posicionados que nunca para ganarlas. Cuando reparen en el error, será tarde. La capitulación de los CEO, es otro tema a desarrollar, aunque avanzo una hipótesis: más allá de la defensa vacía del régimen económico desde Lima, no tienen proyecto para la crisis y carecen de capacidad para generar consensos nacionales. El Perú de las crisis negadas ha empezado a perseguirlos. También a la receta de la asamblea constituyente para todos los males.
No es una mala idea reunir al Acuerdo Nacional. Los que le tiran piedras no entienden que no tiene vida propia, sino la vida que le quieran dar o negar sus integrantes. El mismo hecho que los actores se sienten a la mesa en igualdad de condiciones -incluyendo los nuevos actores- sería un logro, una pequeña posibilidad de volver a la transición y discutir el contexto y, sobre todo, el inquietante reverso de este nuevo momento. No me imagino otra agenda que un adelanto electoral pactado, justicia para las víctimas de diciembre/enero, pactos específicos para atajar la crisis económica y la crisis alimentaria, y abordar el grave problema de la seguridad sin recetas populistas para evitar nuevos fracasos.
Abogado y politólogo. Egresado de la UNMSM, Magíster en Ciencias Penales y candidato a Doctor en Filosofía (UNMSM). Profesor en la USMP y UNMSM. Director del Portal de Asuntos Públicos Pata Amarilla.