La visita del secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, a Beijing esta semana le da un respiro a las tensas relaciones entre ambos países motivadas por la creciente presencia china en el ámbito comercial, financiero y diplomático internacional que socava el poder hegemónico de Estados Unidos. Recibido por Xi Jinping, cuyo encuentro no estaba programado, deja las puertas abiertas para futuras conversaciones. Estas fueron suspendidas desde noviembre, cuando Estados Unidos derribó un supuesto globo espía chino.
En la reciente visita, Blinken reiteró que la política de Estado de su país de reconocimiento de una sola China era invariable y dio su beneplácito al posible rol mediador de ese país en la guerra entre Rusia y Ucrania toda vez que el Gobierno no había enviado armas a Rusia. Su par chino, Wang Yi, le reiteró el pedido de acatar seriamente el principio de una sola China y de no abogar por la independencia de Taiwán (el mayor productor de chips del mundo), a lo que Blinken le respondió que la política de Estado de su país era invariable respecto a la consideración de ese principio.
Sin embargo, no fue condescendiente cuando Wang Yi le pidió levantar sanciones unilaterales contra su país y que no suprimiera los avances científicos y tecnológicos de China. Blinken dijo que su país no desea proporcionarles “ciertas tecnologías específicas” puesto que podrían estarse utilizando para “avanzar en su muy opaco programa de armas nucleares, construir misiles hipersónicos o usar como tecnología que puede tener fines represivos”.
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Lo que sucede es que tanto China como Estados Unidos saben que la primacía tecnológica es clave para mantener la hegemonía mundial. Quien controle la producción de los semiconductores de alta gama, podrá desarrollarse mejor en los ámbitos de la inteligencia artificial, robótica e industria armamentista. Por eso desde agosto del año pasado, el presidente Biden le ha aplicado a China sanciones para evitar que adquiera este tipo de semiconductores. Además, cualquier empresa que venda chips con diseño o tecnología estadounidense no podrá comerciar con China. Las empresas que fabrican maquinarias para producir sus propios chips tampoco le podrán vender a China.
No bastaron las medidas proteccionistas impuestas por Donald Trump a las importaciones de China –que Biden mantiene– sino que ahora se aplican al ámbito tecnológico. La razón esgrimida es la seguridad. Pero lo cierto es que Estados Unidos está imprimiendo un nuevo rostro a la globalización. Hoy, bajo el paraguas de la seguridad, se pueden imponer medidas proteccionistas y administrar el comercio. Lejos han quedado los tiempos en los que se buscaba la eficiencia y la rentabilidad.
Hoy EE.UU. está promocionando una ofensiva para atraer empresas fabricantes de chips a su territorio. La ley de chips de agosto del año pasado provee 52 mil millones de dólares en subvenciones a fábricas de semiconductores pues son necesarias, según Biden, no solo para los misiles Javelin sino también para los sistemas armamentísticos del futuro que van a depender más de estos. El presidente Biden dice que el problema es que “China está tratando de posicionarse detrás de nosotros”. El problema con estas subvenciones es que se distorsiona el comercio internacional “libre” y se viola la institucionalidad de la OMC. Lo más grave es que se encarecen los costos que finalmente paga el consumidor.
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EEUU está redefiniendo la globalización mediante medidas proteccionistas y a través de una recomposición de las cadenas de proveedores en países que estén cerca (nearshoring) o que sean aliados (friendshoring). El Gobierno busca “desacoplar” la economía estadounidense de la China, pero las propias empresas del país del norte invocan a no desligarlas pues ello tendría resultados catastróficos que terminarían pagando los consumidores.
En el nuevo rostro de la globalización, la tecnología se ha convertido en el principal punto de división del poder mundial detrás de los cuales se alinean los países o se mantienen en una incómoda neutralidad.
Consultora en temas de comercio, integración y recursos naturales en la Cepal, Sela y Aladi. Ha sido funcionaria de la Comunidad Andina, asesora en el Mercosur y Agregada Económica de la Embajada de Perú (2010-2015) en Argentina.