No es amor, es violencia
"No estamos preparados, en una sociedad tan misógina como la peruana, para identificar la violencia de género, sino para maquillarla y justificarla".

Hace unos días, un programa dominical presentó un reportaje sobre un caso de feminicidio con un titular que retrocede décadas en la lucha por visibilizar la violencia contra las mujeres como un problema estructural y social: ‘‘Asesinada por amor’’.
Por suerte, lo que habría sido normal antes ya no lo es más gracias al despertar de la conciencia feminista en tantas personas y profesionales de la comunicación. De inmediato, el hecho se viralizó en redes sociales y fue rápidamente condenado. A tal punto que la propia conductora del espacio tuvo que pedir disculpas.
Aun así, es importante aclarar que el tratamiento tan mal realizado por parte de un solo programa de televisión no es el problema, porque la idea del asesinato ‘‘por amor’’ o el ‘‘crimen pasional’’ sigue presente en el abordaje de casos de feminicidio, solo que a través de maneras no tan enunciativas ni explícitas.
Señalar, en una información sobre violencia de género, si víctima y agresor habían tenido una discusión previa, si su vínculo problemático, si habían tomado alcohol, si ella había decidido terminar la relación, si le era infiel o no le correspondía sentimentalmente, es una forma de decir ‘‘crimen pasional’’ sin decirlo.
A través de la mención a estos y otros hechos parecidos se cae en una representación romantizada, espectacularizada y novelesca de la violencia de género y de los agresores. Y aunque en la mayor parte de casos no sea intencional, la repercusión es irreversible, ya que desfigura, malinterpreta y reduce el trasfondo real de los feminicidios, la forma más extrema de una serie de abusos que inician con la ‘‘inocencia’’ de un chiste machista.
Desde que nos reímos con el ‘‘mujer que no jode es hombre’’, cuando nos dijeron que si un niño en el nido nos tiraba del pelo era porque le gustábamos, o que si nuestras parejas controlan nuestra ropa, nuestros amigos y nuestras decisiones era porque querían lo mejor para nosotras. No estamos preparados, en una sociedad tan misógina como la peruana, para identificar la violencia de género, sino para maquillarla y justificarla.
Una sólida educación con enfoque de género que apunte a comprender las desigualdades fundamentales y en fortalecer las formas de relacionarnos podría ayudar a contrarrestarla, pero en el país de ‘‘Con mis hijos no te metas’’ esto parece una quimera. Por eso, los medios de comunicación tienen un rol crucial en la transformación del imaginario alrededor de la violencia de género y son diversas las acciones que se pueden adoptar.
Solo algunos ejemplos: mencionar el tipo de violencia desde el primer momento, enmarcarla dentro de casos similares que exponen un panorama más preciso de la situación que enfrentan las mujeres en el Perú, contar la historia, no en torno a una discusión, a un rompimiento o al consumo de alcohol, sino a través de una identificación respetuosa de patrones y evitar relacionar los feminicidios con expresiones ligadas al amor, al despecho o a la venganza.
Finalmente, recordar que la utilización de lenguaje e imágenes que contribuyen a la minimización y trivialización de la violencia no son resultado de un ‘‘lapsus’’ (reportajes como el citado —así como publicidades y otras piezas audiovisuales— pasan por más de un filtro antes de ser validados y publicados), sino la evidencia de que es urgente contar con comunicadores formados y formadas en enfoque de género y derechos humanos.






