¿Y, entonces, a qué viene la OEA al Perú?

Sería bueno que quede claro antes de que venga la misión.

La misión que el gobierno pidió a la OEA, y que su consejo permanente aprobó, debe estar conformada en máximo diez días –me informan fuentes del organismo–, pero será importante que, antes, todos tengan claro a qué viene.

La designación de su presidente será clave para proyectar confianza en un contexto polarizado. No lo reconocen, pero es obvio que habrá un lobby intenso para escogerla, especialmente del gobierno peruano que tiene el nexo directo con la OEA. Pero, una vez nombrado, tendrá autonomía frente a los gobiernos y el secretario general Luis Almagro, y solo dará cuenta al consejo permanente con su reporte final.

La resolución de la OEA no precisa con claridad el objetivo de la misión más allá de plantear que debe “hacer un balance de la situación” que permita “brindar apoyo y cooperación” para “la preservación de la institucionalidad democrática”. Pero eso sirve para todo.

El gobierno solicitó la misión por haber ‘un golpe de estado en marcha contra el presidente Pedro Castillo’, y la OEA le dio “respaldo y solidaridad”.

Sería conveniente, por tanto, que la misión de la OEA verifique si ese golpe está realmente en marcha o si solo es otra iniciativa del presidente Castillo para obstaculizar a la fiscalía que lo ha denunciado por corrupto.

Siendo vago el objetivo, este se debe precisar para que la misión no incursione en ámbitos que no le competen, como pretende el presidente Castillo en sus discursos golpistas de estos días

Pues si eso hiciera, ¿la misión limitará a la fiscalía a quién puede denunciar y cómo no ser ‘golpista’? ¿Al congreso si debe aprobar los viajes presidenciales para mejorar la política exterior? ¿Al periodismo cómo informar y opinar “para que la prensa sirva al país”? O, de otro lado, ¿le recomendará a Castillo que no abuse de su poder para obstaculizar a la justicia?

Si la OEA no precisa ex-ante el sentido de su misión, que no puede ser de intervención, puede quedar muy mal.

Esta no puede ni debe reemplazar a las autoridades peruanas ni a sus políticos. Hasta podría sugerir una hoja de ruta, pero con humildad, respeto e inteligencia, y sin parecer la comparsa apañadora de un gobierno mediocre y corrupto que pareció la sesión del jueves del consejo permanente de la OEA.