En 1973, la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos emitió el fallo en Roe v. Wade, estableciendo el derecho de las mujeres a decidir su destino reproductivo.
Al poder acceder de manera legal al aborto en caso de un embarazo no deseado, irrespectivo del motivo, las mujeres ganamos autonomía sobre nuestros cuerpos y, por ende, sobre nuestras vidas.
Gracias a la filtración del borrador de una decisión de la Corte escrita por el magistrado ultraconservador Samuel Alito, sabemos que existe la posibilidad de que desaparezca ese derecho.
La lucha por el derecho a decidir la dio la generación anterior a la mía: la de mi madre, mis tías, mis abuelas. Gracias a ellas, yo entré a la pubertad con el derecho de decidir sobre mi cuerpo. Yo y las mujeres de mi generación tuvimos la posibilidad de decidir cuándo tener hijes, cuántos hijes tener, o no tenerles. Crecimos con la libertad de ejercer nuestros derechos reproductivos.
Aun así, gracias a un fuerte lobby antiaborto, este derecho se fue recortando cada vez más. Por años, el movimiento antiaborto ha buscado cerrar clínicas que proveen servicios de aborto e intimidar a los y las médicos que brindan este servicio, llegando algunos fanáticos al extremo de matarlos. A su vez, varios Estados han impuesto leyes que restringen severamente el acceso al aborto, haciendo casi imposible para las mujeres en estas localidades ejercer sus derechos reproductivos.
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El Partido Demócrata pudo, en diferentes momentos en los últimos tres décadas, haber aprobado la legislación nacional que garantizara el derecho al aborto. Tal vez pensaron que no era posible que Roe sea revertida. Vemos ahora que no es cierto, cosa que activistas de derechos reproductivos han venido alertando desde hace tiempo. Estamos a punto de entrar al mundo similar al que Margaret Atwood dibujó en su famosa novela, El cuento de la criada, en la cual las mujeres están sometidas a un sistema de esclavitud sexual impuesta y reforzada por un Estado patriarcal y teocrático.
En algunos países, desde Argentina hasta Irlanda, México y Colombia, se está expandiendo el concepto de los derechos humanos para incorporar el derecho de la mujer a decidir. El derecho a decidir, como bien lo dice Human Rights Watch, es un derecho humano, reconocido en tratados internacionales de derechos humanos. Restringir ese derecho es cortar nuestros derechos, es cortar nuestra libertad.
La posible anulación de este derecho en Estados Unidos sería catastrófica para los derechos humanos y los derechos de las mujeres no solo en mi país, sino en todo el mundo. Sin duda inspiraría a movimientos conservadores en otros países a seguir restringiendo o restringir más los derechos reproductivos. No solo nuestra libertad, pero nuestras vidas dependen de que no sea así.
Doctora en ciencia política por Columbia University. Profesora en George Mason University y Asesora Principal de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA), investiga sobre violencia política, autoritarismo, derechos humanos, y justicia transicional en América Latina.