Con frecuencia se suele indicar que la administración pública peruana adolece del llamado complejo de Adán, porque los funcionarios que entran a ejercer en cualquier dependencia del Estado creen que el mundo comienza con ellos y que todo lo hecho por su antecesor hay que desecharlo.
Siempre hay justificaciones para el abrupto cambio de rumbo, pero lo que no entienden esos funcionarios es que el término de un Gobierno es de cinco años, tiempo en el cual es imposible consolidar cualquier iniciativa. Es más, el tiempo promedio en el que permanecen los ministros en sus cargos es escasamente de dos años, lo que hace que esta necesidad por reinventar el mundo haga imposible adelantar políticas públicas con visión de largo plazo.
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La CTi tampoco se libera del complejo de Adán y, tal vez por ello, en la última década hemos visto mejoras entorno a este sector, aunque con resultados aún erráticos. Así, el Perú se encuentra rezagado en la mayor parte de los indicadores globales relacionados con la CTi, si se le compara con el resto de los países de la todavía atractiva Alianza del Pacífico. Los indicadores con mayor rezago son los de adopción de tecnologías digitales, calidad de las instituciones de investigación científica, gasto en investigación y desarrollo (I+D) y baja sofisticación en su oferta de exportación.
Ese retraso se ha incrementado a consecuencia de la pandemia del C19, pero además ha empujado al gobierno de Pedro Castillo en su segundo debut a incluir en su decreto (DS 164) de “Política general de Gobierno” el impulso de la ciencia, tecnología e innovación, en base a seis líneas de intervención. Aunque ninguna de esas líneas de intervención se orientan a mejorar los resultados reseñados.
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Peor aún, la promoción de la CTi al estilo de Pedro Castillo no ha considerado las metas que ya se habían definido un par de años atrás en el Plan Nacional de Competitividad y Productividad (PNCP). Y parece que los esfuerzos de mejora se concentran en el lanzamiento de un ministerio que mágicamente solucionará todo.
Creo que ya es tiempo de terminar con el “adanismo”, y tendríamos que aplicar pronto el “síndrome de Matusalén” a las políticas críticas, para que sean longevas en su permanencia. Eso claramente incluye a la innovación tecnológica.
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