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Luis Bedoya fue protagonista de la política de la segunda mitad del siglo XX, como la constituyente a fines de los 70 que construyó la salida de la dictadura a la democracia que él siempre defendió.
Político de temple, con posiciones enérgicas transmitidas con agudeza, filo, elegancia, buen humor y respeto por el adversario, por lo cual el ‘Tucán’ –como lo bautizó Sofocleto por su nariz– siempre fue querido por la gente. Ya retirado de la política, su opinión siempre siguió siendo importante.
Hará dos décadas, coincidía con Bedoya los sábados en la mañana en el sauna del Regatas en Chorrillos. Más allá del saludo cordial, hablábamos poco, y nunca de política. Una vez le pregunté cómo hacía para estar, ya cerca de los noventa, ‘tan bien’ y soportar tanto rato el calor intenso de la sala.
Me respondió que el tema lo había conversado con los de su ‘promo’: 1. Ten un trabajo que te entusiasme. 2. Como abogado, yo defendía los casos como propios, pero los perdía como ajenos, pues no me llevaba el problema a la casa. 3. Ten un hobby que te guste (me habló de su lancha en Ancón). 4. Nunca envidies, eso hace mucho daño.
Además de haber sido el primero que contuvo los embates arrogantes de Juan Luis Cipriani en la conferencia episcopal, Monseñor Bambarén tuvo una participación valiosa en la formación del rostro social que debe tener la iglesia, como en la toma de arenales para que muchos pobres pusieran su casita en lo que sería Villa El Salvador, y que, en 1971, llevó a que el ministro del interior del gobierno militar, Armando Artola Azcárate, lo metiera preso.
Pude conversar con el monseñor muchas veces cuando yo ya era periodista, pero antes, a fines de los 70, cuando ya era obispo de Chimbote, pasé con un grupo de amigos un año nuevo en la casa de los jesuitas en la playa Tortugas, gracias a que su sobrino Fernando era nuestro compañero en la universidad.
Nos alojamos en unas pequeñitas ‘celdas’ de la casa, y por supuesto, fuimos a saludar al ya legendario obispo, en una sala con vista al mar, whisky en la mano, y un pastor alemán, a quien le dijo “quieto, Araraz”. Le pregunté al monseñor quién era ‘Araraz’ en la Biblia. “¿La Biblia? ¡No! Armando Artola Azcárate”. Y el disciplinado pastor alemán se echó, tranquilito, a sus pies.
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