La bahía de Paracas es uno de los ecosistemas marinos más importantes y reconocidos de nuestro litoral y está en peligro de ser dañado para siempre por el Terminal Portuario de Paracas (TPP).
Concesionado el 2014 a las empresas Servinoga de España y Pattac y Tucumann de Brasil para su administración, el TPP viene solicitando al Servicio Nacional de Certificación Ambiental para el Desarrollo Sostenible (SENACE) la autorización para el transporte en camiones (con una capacidad de carga de 32 toneladas cada uno) de concentrado de minerales altamente tóxicos que incluyen cobre, oro, plata, plomo y zinc para ser descargados en enormes buques Panamax (eslora: 289.60 metros, es decir casi tres cuadras de largo y con una altura de 58 metros, es decir, la altura de un edificio de 22 niveles) diseñados para cargar entre 50,000 y 60,000 toneladas.
Sin embargo el estudio de impacto ambiental (EIA) que presentó dicho consorcio el 2018 fue rechazado por el mismo SENACE con más de 277 observaciones, ya habiendo vencido el plazo para la apelación. Por lo que se conoce, SENACE dará su veredicto este mes. Así que estamos a tiempo de detener este ignominioso atentado contra la Reserva Nacional de Paracas y todo lo que ella representa para el Perú y para el mundo entero.
El consorcio se defiende ofreciendo un almacén hermético que sería techado con una membrana de lona de poliéster revestida de PVC y que, según los expertos, no sería tan hermético y resistente al fuerte sol y o las paracas (lluvia de arena) que llegan a 100 km/h.
Tampoco dan cuenta de la procesión de camiones con todas las aristas de contaminación que ello acarrea (se necesitarían 1,875 camiones para llenar un buque Panamax). ¿Se imaginan cualquier accidente, ya sea de los camiones, del almacén o del buque y ver toneladas de polvo de minerales volando o cayendo libremente hacia el mar o a la costa de la bahía, contaminando flora, fauna y a los propios paraqueños? (Sin pensar en considerar un megasismo y el de un tsunami) ¡Un desmadre total!
¿Qué nos pasa? ¿Qué afán de intentar arruinar un único y precioso regalo de la naturaleza, destino turístico por excelencia (representa el segundo lugar turístico del Perú), donde el Candelabro de Paracas, geoglifo famoso (donde su edad y significado sigue siendo un misterio), es visitado por el mar y al encontrarse muy próximo al TPP se vería visualmente contaminado por el tránsito de los enormes buques Panamax.
Recordemos que los valores ambientales que se protegen en una reserva también incluyen el paisaje, paisaje que ha estado por 4,500 millones de años presente sin necesitarnos y ahora venimos a imponernos absurdamente para su posible destrucción?
¿Cuándo vamos entender que nos debemos a la supervivencia de la madre naturaleza y que ella no nos necesita, pero que sí necesitamos de ella y que nuestro futuro y el de nuestros hijos están en juego? ¿No nos basta el COVID-19 como señal de catástrofe? Nuestras acciones determinarán nuestro destino, pero también el de la naturaleza. Es momento de entender que nosotros somos parte de ella y que nuestra conservación como una especie animal más está necesariamente amarrada a la suya.
No seamos nuestros propios enemigos. Debemos defender y proteger apasionadamente nuestro maravilloso legado natural: el aire limpio, el silencio del desierto, las aguas transparentes, el vuelo libre de las parihuanas, del gaviotín peruano, el de los pelicanos, o el simpático pingüino de Humboldt, la multiplicación de los lobos marinos, de los delfines, del chungungo o gato de mar, nuestras deliciosas conchas de abanico, entre otros manjares del mar. ¡Hagámonos respetar! ¡Frenemos de una vez este atentado ecológico para siempre!
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