En la cuarentena la reiteración de las conversaciones telefónicas entre gente cercana (amigos, parientes, con video o sin) las va adelgazando. Quién sabe comienza el retorno de la preferencia por las cartas escritas, aunque sean enviadas por Gmail ya que no hay Serpost. Escritas son contactos tanto más cercanos, reveladores, íntimos incluso, que los demás tecnológicos. Así, nuestras cartas en Internet ahora fungen de tradicionales. Pero por algún motivo suele haber poco que guardar en ellas. Las beneficiarían mucho papel y pluma.
Una carta tradicional siempre transmite algo, aunque no tenga mucho que decir, o incluso nada que comunicar. Entre gente cercana, como hubiera dicho Marshall McLuhan, este medio es el mensaje. La inmediatez de lo telefónico puede incluso confirmar las amistades, pero el distanciamiento temporal de la escritura de alguna manera las profundiza, y por tanto enriquece. Por eso es importante que los e-mails sigan los ritmos y las convenciones de las cartas convencionales, y no se deslicen hacia la descompostura y tosquedad de las redes.
Muy temprano el siglo pasado Martin Heidegger criticaba la manera telegráfica, y en general utilitaria, de usar el lenguaje que empezaban a traer las nuevas tecnologías. Por ejemplo las abreviaturas que reemplazan la palabra de la que proceden, como la U por la universidad. Se hubiera sorprendido de ver lo que puede hacer la estrechez de espacio en Twitter con las palabras, si las podemos seguir llamando así. Escribir como se habla y hablar como se escribe ciertamente han caído en desusos paralelos. No se puede evitar ver allí una de las raíces de fake, incluso del fake tolerado.
Pero consideraciones prácticas y de tiempo (que ahora parecen sobrar) seguirán expandiendo el menguante desierto de lo telefónico, que además empeora mucho cuando se le adosa una imagen, donde todos aparecemos compungidos e irreales, en una foto pasaporte parlante. Como va la cosa, quizás esa sea nuestra única imagen pública en el futuro. Son tecnologías de la voz y la imagen que le dejan muy poco a la imaginación. Pero quizás la escritura, incluso aquella electrónica, hace proliferar demasiado los sentidos, más todavía entre confinados.
Aunque tal vez ya nos aburren las pantallas, lo hacen algunas ventanas, frente a eso las voces lejanas que se nos acercan son un alivio. Habrá que darle vueltas.
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