Domingo

Triple ofensiva del hermano Evo

“Después de tratar de incendiar la política en Chile y el Perú, el expresidente está haciendo lo mismo en Bolivia. Su objetivo: impedir la reelección del presidente incumbente”. 

"Incluco con Castillo fuera de juego, el expresidente boliviano siguió interviniendo en política peruana, esta vez como agitador social en el sur". Foto: composición LR
"Incluco con Castillo fuera de juego, el expresidente boliviano siguió interviniendo en política peruana, esta vez como agitador social en el sur". Foto: composición LR

Lo siento, pero, ante el injerencismo impune que estamos presenciando en la región, debo volver a escribir sobre Evo Morales. Es que, en su convicción de ser el legatario directo de Fidel Castro y Hugo Chávez, es el líder político que ha puesto más alto el listón de la intervención en soberanías ajenas.

Durante su gobierno, el eje de su política — exterior y doméstica— fue la promesa “mar para Bolivia”, en paralelo con una ofensiva diplomática contra Chile y la explicación de que solo esa pérdida de “cualidad marítima” era reivindicable. Por una parte, esto apuntaba a que el tema era bilateral y, por otra, a que no habría política reivindicatoria contra los otros vecinos que habían recortado el legado territorial de Bolívar. Subliminalmente, era la propuesta de una alianza de todos contra uno.

Con esa estrategia hizo aprobar una Constitución cuyo artículo 268 declara el derecho irrenunciable e imprescriptible de Bolivia “sobre el territorio que le dé acceso al océano Pacífico y su espacio marítimo”. Por su literal amplitud, este texto comprometía cualquier territorio vecino con litoral y no solo el chileno. Sin embargo, es lo que creímos aquí, en mi sur, y asumimos que se estaba desconociendo únicamente el tratado boliviano-chileno de 1904.

En esa línea, Morales dejó en claro que solo restablecería relaciones diplomáticas con Chile como canje por mar soberano, hizo caer en trampas identitarias a su “hermana presidenta” Michelle Bachelet, agredió verbalmente a su “hermano presidente” Sebastián Piñera, buscó la complicidad de su “hermana presidenta” Cristina Kirchner con el lema “Malvinas argentinas, mar para Bolivia”, demandó a Chile ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) y envió a Chile a su segundo, Álvaro García Linera, para que promoviera ciertas tesis indigenistas, plurinacionalistas y refundacionales.

Fuera ya del poder —de manera traumática—, Morales no se resignó al aplastante fallo adverso de la CIJ y entró en una variable estratégica para influir en el “hermano presidente” Gabriel Boric y para promover una Constitución chilena similar a la boliviana… que solo podía debilitar al país. Como digresión, llama la atención que, pese a ser derrotado en ambos empeños, ahora amonesta a Boric cada vez que este dice cosas tan obvias como que Dina Boluarte es la presidenta del Perú o que en Venezuela y Nicaragua no hay democracia.

Castillo, Arce y el alacrán

Para mantenerse vigente, Morales pasó a una segunda variable de su estrategia: intervenir a fondo en la política peruana, esta vez con el apoyo tácito del expresidente Pedro Castillo. Su objetivo aparente fue lanzar desde el Cusco el proyecto Runasur, sobre una América Latina plurinacional e indigenista. Pero, según denuncia al toque de distinguidos diplomáticos de Torre Tagle, su objetivo real era otro: instalar en el sur peruano una franja territorial con salida al mar, bajo soberanía aimara, para endosársela a Bolivia. Gracias a esa alerta fracasó la movida.

Puede que Castillo no sospechara que apoyar a Morales implicaba torpedear los tratados de límites peruano-bolivianos y, muy específicamente, el tratado peruano-chileno de 1929, que garantiza la continuidad territorial entre ambos países. Lo que sí quedó muy claro es que también los tratados de límites del Perú cabían en el desconocimiento unilateral del artículo 268 de la Constitución boliviana.

Más notable aún, incluso con Castillo fuera de juego, el expresidente boliviano siguió interviniendo en política peruana, esta vez como agitador social en el sur. Su objetivo alternativo, según algunos analistas, fue escindir Puno, con lo cual pondría a Arica en zona geopolítica de peligro.

Agréguese un problema adicional: el presidente boliviano, Luis Arce, quien fuera ministro de Morales, no lo ha desautorizado. Quizás por eso las autoridades peruanas reaccionaron con dureza. El injerencista fue declarado persona non grata por el Congreso y el Gobierno de Dina Boluarte prohibió su entrada al país.

 Para mantenerse vigente, Morales pasó a una segunda variable de su estrategia: intervenir a fondo en la política peruana. Foto: archivo LR

Para mantenerse vigente, Morales pasó a una segunda variable de su estrategia: intervenir a fondo en la política peruana. Foto: archivo LR

Culpa nostra

¿Significa lo anterior que, tras tantos estallidos y derrotas, Morales está en modo reflexivo o apoyando al aproblemado Gobierno de su país? Ya se lo quisiera el “hermano presidente Arce”. Después de tratar de incendiar la política en Chile y el Perú, el expresidente está haciendo lo mismo en Bolivia. Su objetivo: impedir la reelección del presidente incumbente y recuperar un sillón que considera patrimonial, incluso al costo de dividir al MAS, el partido de ambos. Metafóricamente, es la vieja historia del alacrán montado sobre la rana.

Como pasatiempo para teóricos, su audaz injerencismo ha confirmado que, geopolíticamente hablando, la relación entre Bolivia, Chile y el Perú es trilateral. Dicho de otra manera, ha ratificado que el bilateralismo oficial es solo diplomático y con piso frágil.

Por eso, desde hace mucho vengo planteando la necesidad de sincerar la relación, dialogando en el marco de un “trilateralismo diferenciado”, con respeto a los tratados vigentes. Esto supone que cualquier negociación de contenido territorial con Bolivia, con o sin mención de soberanía, debe darse tras un previo acuerdo entre Chile y el Perú. De hecho, sería una ampliación del criterio aplicado para Tacna y Arica en el tratado de 1929.

Carlos Martínez Sotomayor (Q. E. P. D.), quien fuera canciller de Chile y embajador en el Perú, aceptaba esa tesis, pero agregaba que era culpa nuestra, chilena, haber inducido en Bolivia expectativas bilaterales. En el Perú me fue rechazada por el historiador y diplomático Juan Miguel Bákula, con un argumento similar pero más complejo: el tratado chileno-peruano de 1929 fue solo “una opción de paz” y reiterar el tema de la mediterraneidad de Bolivia contribuía a debilitarlo, pues nos devolvía al clima de la posguerra del Pacífico.

Era mejor no meneallo. En Bolivia, en intercambio escrito con el expresidente e historiador Carlos Mesa, este reconoció la trilateralidad basal, pero no el trato diplomático diferenciado. Lo cito: “El nudo gordiano de la traumática historia trilateral que nos tiene trabados a Chile, Perú y Bolivia es Arica, (la cual) es la piedra de toque”.

Por lo dicho ahora entiendo mejor por qué no es Bolívar sino San Martín el Libertador favorito de los peruanos. Entre ambos próceres está la secesión del Alto Perú de la cual nació Bolivia. Desde esa memoria histórica, el injerencismo de Morales sería una suerte de secuela bicentenaria: convertir el sur peruano en una vía de acceso soberano al mar, con soporte en los pueblos originarios y en nombre de la “plurinacionalidad”.

Termino aquí recordando que se nos aproxima el centenario del tratado de 1929. Bueno sería que peruanos y chilenos cumplamos con revisitarlo para pasar de la “opción de paz” a una buena amistad bilateral y a un mejor posicionamiento para un eventual y fraterno diálogo trilateral. La opción de paz que nos diera merece una conmemoración.

José Rodríguez Elizondo. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.