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Cultural

Un autor oscuro y maldito: Salvador Benesdra

“El traductor”, novela del escritor argentino Salvador Benesdra, es una exploración a la complejidad del alma humana. Benesdra es también un grande de la narrativa latinoamericana que debemos (re)descubrir.

Salvador Benesdra. Fuente: El Asombrario.
Salvador Benesdra. Fuente: El Asombrario.

Muchas cosas buenas se pueden decir de la historia de la narrativa latinoamericana del siglo XX. Obviamente, hablamos de una mirada general de un espectro continental, que nos permite aseverar que más allá de su esencial soto narrativo, el conformado por las voces del Boom, encontramos voces singulares, aisladas del oficialismo literario que poco a poco han ido ingresando en el imaginario del lector literario, aquel que no se conforma con las listas del canon, sino que busca en los bordes de la tradición, casi siempre estimulados por los datos que se consiguen en las conversas de café y, por qué no decirlo, en la recomendación proporcionada por los grandes lectores que en vez de guardarse los nombres de su tradición literaria personal, se dedican a compartir, es decir, a extender la experiencia de la lectura.

Entre las plumas que encontramos fuera del canon, figuran aquellas que son catalogadas como “autores de culto”, que han conseguido cimentar la fidelidad de sus lectores, autores que siguen exponiendo un magisterio desde el más allá. No nos referimos a un buen número de plumas, pero son más de las pocas que podríamos sospechar. En este sentido, la tradición narrativa argentina ha sido generosa al proporcionarnos dos autores de culto que cada año ganan más adeptos, dos autores a los que deberíamos leer sin espera alguna, dos narradores que no solo comparten el fatal destino del suicidio, sino que como pocos exploraron la desazón de la existencia humana, nadando en las turbias aguas del hastío.

Apunten: Jorge Barón Biza (1941 – 2001) con El desierto y su semilla y Salvador Benesdra (1952 – 1996) con El traductor.

En esta ocasión, nos dedicaremos a Salvador Benesdra, quien con El traductor (Eterna Cadencia, 2012 – publicada por primera vez en 1988 por Ediciones de La Flor) destacó por la alteración de la linealidad narrativa. Benesdra se vale de un personaje rico en complejidad. Ricardo Zevi es traductor (políglota que domina a la perfección más de siete idiomas), acérrimo simpatizante de la izquierda, voraz lector, pero, ante todo, nada solemne en la expansión de su cultura. Exhibe entre sus amigos y compañeros de trabajo una desfachatez intelectual que involuntariamente refuerza cuando los discursos de izquierda entran en crisis a razón de la caída del Muro de Berlín y la reciente desaparición de la URSS, enfocando su fastidio ideológico en el rumbo sin norte en el que se encuentra la izquierda latinoamericana a inicios de los noventa. Zevi no tiene opción, no le queda más que recoger ese fastidio y en base a él construye larguísimos monólogos que revelan su privilegiada cultura y alto nivel intelectual, que se potencian más cuando debe traducir para Turba (la editorial progresista que años antes fue un importante bastión del discurso de izquierda en Argentina) a un liberal pensador alemán.

El pensamiento de Ludwing Brockner le genera más de un dolor de cabeza. Los recursos intelectivos y bibliográficos que maneja el facha alemán para sostener su discurso liberal, son los mismos que sostienen el discurso de izquierda de Zevi. Zevi lo tiene que traducir si es que desea seguir manteniendo los pedidos que le hace la editorial, con mayor razón ahora que la recesión laboral ha llegado a la empresa donde labora. Por otra parte, Zevi es un asiduo visitante de bares, cafés y puticlubs, espacios en donde se relaja viendo a las personas y últimamente alarmándose de la festiva mediocridad de estas a las que no les importa el momento de emergencia ideológica y tácitos cambios económicos en dirección a la derecha. Es precisamente en un bar en donde conoce a Romina, una joven mujer salteña de rasgos aindiados, adventista, que predica la fe de su religión por las mesas de los bares, en los espacios en donde, para ella, se reúne el pecado. Zevi no lo piensa mucho. Decide seducirla, llevársela en la cama. Romina queda admirada con Zevi, al que también considera un buen hombre. Empero, los problemas se manifiestan al momento de consumar el acto sexual. Zevi no tarda en descubrir que Romina es frígida. Entonces, comienzan los problemas para Zevi, que se propone destruir esa frigidez a cuenta de la violencia emocional y física del sadomasoquismo.

Un personaje como Zevi no podía ser guiado por el registro lineal, que en funcionalidad empobrecería su ya indicada complejidad. La mirada de Zevi requería de toda la dificultad/plasticidad discursiva posible, había que estar a la altura de este personaje que tranquilamente pudo ser el alter ego de Benesdra. Es precisamente en la dificultad discursiva que hallamos la inacabable riqueza de la presente novela, asimismo, la variedad temática requería de esta pensada y presupuestada dificultad, que se enriquece por un constante aliento poético que se apodera de cada página.

Lo dijo José Lezama Lima: “Solo lo difícil es estimulante”. El traductor es una novela compleja. Pero se trata de una complejidad que se supera con ánimo y decisión. La novela no tarda en instalarse en el imaginario del lector de turno y, cuando ello ocurre, se podrá esperar de todo de la misma, pero nunca que acabe. Te quedas con ecos en la cabeza.

La novela está en algunas librerías limeñas, pero sugerimos buscarla en las plataformas de venta de libros.