No es la primera vez que comento el tema en esta pequeña columna, pero hoy me provoca hacerlo otra vez pues creo que el problema se sigue agravando, quizá por la tensión creciente ante la sensación de entrampamiento del país pues ni el gobierno ni su oposición ofrecen credibilidad y esperanza de un futuro mejor.
Me refiero a la incapacidad de algunos para dialogar con quienes piensan diferente sobre política sin llegar al distanciamiento e, incluso, al agravio.
Del periodismo, por ejemplo, me sorprende la pasión con que algunos del oficio defienden sus ideas políticas al punto de creer que eso justifica hasta perder amistades y relaciones antiguas. Aquí y en muchos lados. El País, por ejemplo, despidió en los últimos meses, por diferencias políticas, a dos columnistas que estuvieron desde su inicio, su director fundador Juan Luis Cebrián y el filósofo Fernando Savater.
Le comenté esto hace poco a un amigo abogado, y me dijo que estaba errado. Que en otros oficios, como el suyo, era peor. El arte de perder amigos por la polarización política va en auge.
No quedan muchos como John McCain, recordado ayer por Augusto Townsend en su columna cuando le dijeron que su rival electoral, Barack Obama, frecuentaba terroristas, y él respondió: “No, él es un hombre decente con el que tengo discrepancias, que es de lo que se trata una campaña”.
Para alguien como este columnista, que empezó en el oficio en la revista Debate, en 1980, cuando el país valoraba el intercambio de ideas, resulta desconcertante la polarización arrogante y excluyente que exhiben hoy muchos.
Me gustó, por ello, la respuesta de Tania Libertad en una entrevista reciente en El Comercio sobre un consejo que le dio Chabuca Granda: “Cuando le dijimos por qué eres amiga de fulano de tal, si no piensa como nosotros, ella respondió: ‘Mis amistades no las hago por ideología, sino por afecto’. Y eso me permitió sentarme en mesas donde pensábamos distinto”.
Cuando uno tiene diferencias políticas con alguien, debería tolerarlas, y hasta quizá intentar que cambie de opinión con nuestro argumento, pero no que cambie de opinión sobre qué tipo de persona es uno, que es lo que, lamentablemente, sucede hoy en el Perú.