Es cierto que Javier Milei no es parte de la casta política a la que detesta. Sin experiencia política ni de gestión pública, el presidente electo de Argentina es una creación de los medios de comunicación y las redes sociales, como abanderado de la dolarización y eliminación del Banco Central. Ha sido empleado de la Corporación América presidida por Eduardo Eurnekián, uno de los hombres más ricos del país.
Para llegar a la Presidencia y gobernar, Milei se ha colgado de una parte de esa casta: la que representa al poder económico y a los sectores de derecha del país. Este sector liderado por Mauricio Macri no solo no está exento de corrupción, sino que su Gobierno (2015-2019) fracasó rotundamente.
En 2015, Macri recibió un país con una fuerte distorsión de precios relativos, pero con bajo nivel de endeudamiento, menores niveles de inflación, desempleo y pobreza que los registrados al final de su gobierno. Apenas asumió el mando, Macri instauró un esquema de desregulación y liberalización cambiaria, financiera y comercial. Para atraer a los capitales financieros, se elevaron las tasas de interés que castigaron a los sectores productivos.
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Salvo los especuladores financieros, atraídos por las altas tasas de interés pagadas por el Gobierno para mantener bajo el tipo de cambio, y con ello contener la inflación, las inversiones productivas no llegaron.
Ningún indicador económico y social mejoró en el Gobierno de Macri. El desempleo pasó de 7 a 10%; la cotización de la moneda de 15 a 55 pesos por dólar, la pobreza del 27% al 35%, y la indigencia del 4,5% al 8%, reflejo del cierre de 23.000 empresas durante su Gobierno. Además, convirtió a Argentina en el país más endeudado de la región. El riesgo país se incrementó de un nivel de 487 puntos al inicio de su Gobierno a 1.900, entonces el segundo más alto del mundo después de Venezuela.
El incumplimiento del Programa Stand By con el FMI que tuvo que firmar en 2018, el peso de la deuda externa y la falta de acceso a créditos externos pusieron al país en una situación al borde del default. El Gobierno de Macri fue un fracaso, lo que dio lugar a que Alberto Fernández le ganara la Presidencia en primera vuelta.
Ya electo presidente, Milei ha dicho que el programa de ajuste fiscal será duro, que las medidas se tomarán de inmediato y que habrá sufrimiento durante un tiempo. También, que privatizará las empresas del Estado, los fondos de jubilación, y solo dejará 8 ministerios. Recortará el gasto público (toda la obra pública para que esta sea realizada por el capital privado) y subsidios. En su plan de equilibrio fiscal no figura un impuesto extraordinario a las grandes fortunas. Antes de subir impuestos, prefiero cortarme el brazo, ha dicho.
Para que el plan funcione y las protestas de los miles de afectados no lo impidan, se aplicará la ley. “Dentro de la ley todo, fuera de la ley nada”. Un preámbulo de lo que será la mano dura en un país con uno de los niveles de sindicalización más altos del mundo y con un conjunto de derechos laborales y sociales adquiridos que no serán arrebatados dócilmente. Para Milei no hay diálogo posible con los sectores de izquierda. “A un zurdo no le podés dar un milímetro… porque con esa mierda no se negocia”.
Milei retomará las relaciones carnales con Estados Unidos (como decía el canciller Guido di Tella en tiempos de Carlos Menem) y las extenderá a Israel. Antes de asumir su mandato, viajará a ambos países. En tiempos en que la ONU condena la muerte de 15.000 palestinos por las incursiones militares y aéreas de Israel a la Franja de Gaza, Milei trasladará la Embajada de Argentina a Jerusalén y se convertirá al judaísmo.
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Agobiados por la grave crisis actual, los argentinos necesitaban a gritos un cambio, pero lamentablemente la elección de Milei representa un disparo en el pie no solo para las mayorías de ese país, sino en el ámbito político regional e internacional, pues Argentina es miembro del Grupo de los Veinte y del BRICS ampliado.