En el Perú estamos viviendo una gran confusión política y conceptual, creada por los medios concentrados y por algunos analistas y comentaristas, sobre el Gobierno, el régimen político y el Estado.
¿Quién gobierna? Dina Boluarte, dicen sin pestañear los medios concentrados. Debiera ser como “sucesora” constitucional de Castillo, pero no es así.
Dina Boluarte no pincha ni corta. Ni presencial ni virtualmente. Es el Congreso el que corta el jamón. Allí se ha formado una coalición de ultraderecha con el fujimorismo y con sectores conservadores de izquierda (políticamente radical y socialmente conservadora) que ha convertido a Boluarte en un mero títere y busca tener en sus manos, además del Poder Judicial, todos los organismos de control del Estado. Es un Gobierno sin legitimidad que se mantiene gracias al apoyo de los poderes fácticos (prensa concentrada, Confiep y FFAA) que participan en el Gobierno sin haber sido elegidos.
Si eso es así, ¿qué forma de Gobierno tenemos? Constitucionalmente el presidencialismo o, con más precisión, el presidencialismo parlamentarizado. Pero no es así. Este ha sido transformado por los golpes parlamentarios (desde 2016 en adelante) en un parlamentarismo puro y duro. La división y el equilibrio de poderes han desaparecido. Todo esto sucede cuando el Congreso no representa a nadie, salvo sus propios intereses individuales y de grupo. ¿Cómo llamar a este bicho político raro? Sugiero llamarlo parlamentarismo con vocación totalitaria.
¿El régimen político actual es una democracia, una dictadura o un régimen autoritario? Sin ruborizarse, los medios concentrados lo llaman democracia. Desde 1980 solo tenemos una democracia electoral. Nunca hemos tenido una democracia consolidada (Schmitter) ni una plena democracia de calidad (Morlino) que se vacía. Hoy esta democracia ya no es democracia. ¿Qué democracia es esa en la que gobiernan los que perdieron las elecciones?
¿Qué democracia es esa que, para afirmarse en el poder, busca el respaldo de las FF.AA a las que ordena asesinar a los ciudadanos que legítimamente protestan? Pero no estamos aún frente a una dictadura porque no es un régimen cerrado. Pese a que el Congreso concentra el poder, aún se respetan ciertas libertades y derechos. Es más bien un régimen autoritario, con un sistema político semiabierto.
¿Y qué pasa con el Estado? La prensa concentrada y algunos comentaristas despistados dicen que Castillo destruyó el Estado y que este Gobierno lo está reconstruyendo. Esta tesis es un chiste de mal gusto. La pandemia demostró que el Estado neoliberal es un desastre. Tiene muchas funciones y pocas capacidades. El interesado diseño constitucional, el mal diseño organizativo, la poca calificación de su burocracia y la carencia dramática de recursos (14% de presión tributaria) han configurado un Estado incapaz. Es, además, un Estado neopatrimonial al servicio del mercado y de los grandes empresarios y en desmedro del mismo Estado, de la sociedad y de los ciudadanos.