Coordinadora residente de las Naciones Unidas en el Perú
La lucha contra el sida está atravesando uno de sus momentos más difíciles. La crisis de financiación global ha golpeado la prevención y la atención del VIH, afectando sobre todo a quienes más necesitan protección. Sin embargo, en medio de este panorama, la resiliencia, la innovación y la solidaridad siguen abriendo caminos. En el Perú, donde la epidemia muestra avances y desafíos, un nuevo impulso colectivo es imprescindible para consolidar lo logrado y avanzar hacia un futuro sin sida.
Alrededor del mundo, la interrupción de servicios esenciales ha creado brechas peligrosas. Programas de prevención para mujeres jóvenes, para poblaciones clave y para comunidades vulnerables han visto reducida su capacidad de llegar a quienes más lo necesitan. El estigma y la discriminación continúan afectando la salud y el bienestar de las personas con VIH o en riesgo, ampliando desigualdades que ya existían.
En América Latina, las nuevas infecciones por VIH han aumentado un 13% entre 2010 y 2024. El Perú no es la excepción: desde 2010, los casos nuevos se han incrementado en 51%, el mayor incremento de la región. Hoy se estima que 130 000 personas viven con VIH en el país, con 6 300 nuevos casos solo en 2024. Más de una cuarta parte de estas nuevas infecciones ocurre entre jóvenes de 15 a 24 años, mayormente hombres.
A pesar de ello, el país también muestra avances importantes. Las muertes por VIH se han reducido en 59%, gracias a una cobertura de tratamiento antirretroviral que alcanza el 80%. Esto demuestra que cuando hay inversión sostenida y se prioriza la prevención, se salvan vidas.
Pero la epidemia en el Perú sigue teniendo un rostro marcado por la desigualdad. Las tasas de prevalencia son mucho mayores entre poblaciones clave: 10% entre hombres que tienen sexo con hombres, 31,8% en mujeres trans, y una prevalencia elevada en personas que ejercen trabajo sexual. También enfrentan mayores riesgos comunidades indígenas amazónicas, personas refugiadas y migrantes. El estigma sigue siendo una barrera enorme: entre el 51% y 76% de personas con VIH han experimentado discriminación.
La crisis de financiamiento global se suma a estos desafíos. Sin recursos, los programas comunitarios, el corazón de la respuesta al VIH, cierran o reducen su alcance. Y cuando las comunidades dejan de recibir apoyo, el sida avanza.
Frente a este escenario, la innovación se vuelve esencial. Nuevas tecnologías, como las inyecciones de larga duración para prevenir el VIH, pueden reducir drásticamente las infecciones si se garantiza su acceso. También lo es la cooperación para asegurar medicamentos accesibles y sostenibles.
Pero ninguna innovación será suficiente sin solidaridad sostenida. ONUSIDA hace un llamado claro: es necesario mantener y aumentar la financiación, invertir en tecnologías de prevención y tratamiento, defender los derechos humanos y apoyar a las comunidades que impulsan la respuesta.
En el Perú, esto requiere un compromiso conjunto: autoridades, sociedad civil, academia, sector privado, cooperación internacional y comunidades deben actuar juntos para consolidar los avances, cerrar brechas y asegurar la sostenibilidad de la respuesta. Ello implica: 1) fortalecer la prevención, incorporando tecnologías innovadoras y mejor información; 2) integrar plenamente el VIH en el primer nivel de atención y asegurar un continuo de cuidados de calidad; 3) erradicar el estigma y la discriminación, sin lo cual ninguna estrategia podrá prosperar.
La lucha contra el sida nos recuerda que una sociedad es tan fuerte como su capacidad de proteger a quienes viven con mayor vulnerabilidad. La innovación nos da herramientas; la solidaridad, propósito. Ahora necesitamos ambas para avanzar hacia un país, y un mundo, donde el sida sea, finalmente, parte del pasado.