Abogado constitucionalista
¿Para qué vas a votar si un voto no cambia nada? ¿Para qué vas a ir a protestar si tu presencia solo te convierte en uno más del montón? Estas preguntas, comunes en tiempos de apatía, reflejan una visión limitada, la del que se desentiende de lo público para centrarse únicamente en lo individual y privado.
En Perú, las elecciones presidenciales se han definido por márgenes mínimos. Un solo voto, ese que muchos desprecian, pudo haber cambiado el rumbo del país. Y en las calles, una persona más sí importa. Protestar no es solo sumar cuerpos; es ejercer un derecho que tiene valor en sí mismo, y sin el cual viviríamos bajo la penumbra que imponen los autócratas.
Todo es político. Poder caminar tranquilo por tu barrio, abrir un negocio, ir al parque con tu familia sin miedo o esperar que los servicios públicos funcionen son actos que dependen de decisiones políticas. No hablamos aquí de política partidaria, sino de lo político en su esencia: la vida en común, la polis. Lo político no se agota en lo electoral; más bien, como decía Ernest Renan, es un plebiscito de todos los días, y de ello depende que el Estado garantice o no nuestros derechos.
Protestar también es hacer política. Y hacerlo en un contexto como el nuestro, donde salir a las calles implica exponerse a la represión, es, además, un acto de valentía. Lo hemos visto en los rostros jóvenes que, pese al miedo justificado de ellos y sus familiares, salieron a manifestarse por su país. Sin embargo, esto no significa que debamos normalizar el temor: en una democracia, nadie debería temer por su vida al alzar la voz.
Mi lectura sobre las protestas es que en ellas no solo hubo demandas concretas y válidas, como la imposibilidad de esperar resultados diferentes con los mismos actores, sino también una advertencia. Fue un recordatorio de que los gobernantes no ejercen el poder sin control. No tienen un cheque en blanco. El pueblo, el verdadero soberano, cuestiona, exige y puede sacarlos del poder en cualquier momento. La ciudadanía se mostró como contrapeso, no como espectadora.
Por eso, participar, votar, protestar es un deber y una forma de cuidar lo que tenemos, de no resignarnos a la mediocridad. El deseo de recuperar nuestro país nos exige un cambio de actitud hacia los gobernantes; el silencio nos hace cómplices. Esta apatía debe terminar, más aún en un contexto electoral donde, más que nunca, debemos recordar que todo, absolutamente todo, es político.