Jorge Bruce es un reconocido psicoanalista de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado varias columnas de opinión en diversos medios de comunicación. Es autor del libro "Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo".
Cabe preguntarse si seguimos caminando por la cornisa o, como le sucede al coyote cuando persigue infructuosamente al correcaminos –huerequeque en el Perú–, ya estamos caminando en el aire sobre el abismo y no nos hemos dado cuenta. Es decir, en el momento en que tomemos conciencia de nuestra situación, nos desplomaremos como el puente Solidaridad. Lo real, decía Lacan, es cuando uno se choca.
Ese golpe puede ser el fin de nuestra ansia de libertad o, por el contrario, el inicio de una reacción masiva de rechazo a este Pacto corrupto que no cesa de socavar los fundamentos de nuestra endeble democracia. Acabamos de asistir al deplorable espectáculo de miles de policías reunidos para reprimir con violencia la protesta política, legítima, de los jóvenes.
Esa considerable agrupación de fuerzas del orden abusivo contrasta poderosamente con el abandono de las calles a extorsionadores, ladrones y sicarios. No solo quienes asistieron a la marcha lo vieron y sufrieron. Estos últimos fueron encerrados en la Plaza San Martín, luego gaseados y golpeados. Tuvieron que escapar de esa trampa como pudieron. Escribo estas líneas antes de la marcha del domingo, en la que espero que no haya nada aún más grave que lamentar. Ese encuentro de los peruanos de la generación llamada Z con la policía es lamentable, pero necesario, según Lacán. Ahora ya saben a lo que nos enfrentamos. No a la PNP, sino a sus patrones, los integrantes de ese Pacto corrupto (Fuerza Popular, Alianza para el Progreso, Renovación Popular, Avanza País y Podemos Perú).
Mientras esto se organizaba, la Junta Nacional de Justicia dio su zarpazo y suspendió a la fiscal de la Nación, Delia Espinoza. Todo indica que buscan restituir a la magistrada de las tesis voladoras, Patricia Benavides. O, por lo menos, a Tomás Aladino Gálvez. Lo importante es que los “Cuellos Blancos” retomen el poder en el Ministerio Público. Para los integrantes de este contubernio corrupto es vital controlar el sistema de justicia para consumar su sueño húmedo de concentrar todos los poderes del Estado, evitando su separación constitucional. Por ahora lo están consiguiendo. Saben que, si no lo logran, les esperan días lóbregos en alguno de los temidos calabozos de las hacinadas cárceles peruanas. Por eso su desesperación y desvergüenza. Es el único lujo, piensan, que no pueden darse. Todo lo demás –aumentos de sueldo, vacaciones innumerables, burdeles en el Congreso, etcétera– ya lo tienen. Les falta lo esencial: impunidad garantizada.
Pero también asegurarse de ganar las elecciones de 2026. Ese cohete es el que no termina de despegar. Están haciendo todo lo que pueden para controlar el proceso electoral y poner en Palacio de Gobierno a Dina II. Es en ese punto en donde advierten una severa limitación en sus planes: son tan incompetentes que ni siquiera saben ser populistas. O, por lo menos, ponerse de acuerdo entre ellos para presentar una candidatura que los represente. En ese aspecto chocan con lo real lacaniano. Keiko Fujimori, que un día es autoritaria y al otro socialdemócrata, no se resigna a endosar su papel de la candidata que todos quieren tener de adversaria en la segunda vuelta: “¡No soy un panetón Tottus!”, parece gritar. El psicoanálisis enseña que cuanto más se empeña alguien en negar su condición, lo más probable es que la esté pregonando a los cuatro vientos. A menudo repito este ejemplo en mis presentaciones públicas: una persona de principios jamás dirá: ¡soy una persona de principios!
Nuestro alcalde, tras pedir que se "carguen" a Gorriti, en una de esas actitudes escindidas a las que nos tiene habituados, voló a visitar al papa León XIV. De nuevo intervino Lacan: el papa le cerró la puerta en la cara y no le acható más la nariz porque la de Porky nació así (de la pluma del dibujante Friz Freleng, luego modificado por el genial Tex Avery). Uno de los aspectos irónicos de este personaje de gran popularidad –obviamente me refiero al de los dibujos animados, pues López Aliaga no sale del 10 %– es que su primera aparición fue en el cortometraje de 1935 No tengo un sombrero. Aviso para las gorras celestes del alcalde, que no cesa de violar la ley haciendo propaganda electoral aprovechando su cargo público.
Pero, como el personaje –no el de las historietas divertidas, sino el de los cilicios– es duro de entendederas, sin haberse repuesto de las magulladuras vaticanas, viajó a una audiencia en un tribunal de los EE. UU., por el caso de la concesión de peajes Rutas de Lima. Ahí la jueza le dio en el piso, una y otra vez, ratificando los laudos que obligan a pagar una suma millonaria a la empresa Rutas de Lima, ahora controlada por el fondo Brookfield. Lima potencia mundial, por lo menos en cuanto a deudas se refiere.
Como Porky no tiene rabo, el alcalde regresó muy contento a su pocilga, celebrando su exitosa gira internacional. La moraleja de estas historias es que quien no asume las consecuencias de sus actos terminará pagándolo caro, tarde o temprano. El problema es que, entretanto, todos saldremos perdiendo por estar sometidos al yugo de estos políticos que nos avergüenzan apenas salen de las fronteras del país. No solo económicamente, como la deuda que nos está dejando a todos el alcalde de Lima. Política, institucional y éticamente, también.
Hace 25 años nos deshicimos de una dictadura nefasta y ahora la historia se repite, aunque sea como farsa. Estos politicastros corruptos caminan en el aire, como el entrañable coyote, y no se han percatado. Lo triste es que su dura caída nos hace daño a todos.
*Psicoanalista peruano

Jorge Bruce es un reconocido psicoanalista de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado varias columnas de opinión en diversos medios de comunicación. Es autor del libro "Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo".