Abogado y Magister en derecho. Ha sido ministro de Relaciones Exteriores (2001- 2002) y de Justicia (2000- 2001). También presidente...
Que el alcalde de Lima y “cabecilla” del extremismo derechista, Rafael López Aliaga, exhorte a “cargarse” al periodista Gustavo Gorriti no es un exabrupto aislado. Es la verbalización obscena de un instinto criminal contra la libertad de expresión. Un fanático que degrada el cargo que ocupa, lanzando llamados al homicidio, confirma cuánto odio y cuánto miedo les provoca el periodismo independiente.
Esa frase no debe quedar impune: debería estar siendo ya materia de investigación penal por instigación al crimen. En un país acosado por la corrupción y el fanatismo, la voz libre de Jaime Chincha —apagada por un infarto— nos recuerda que el periodismo digno nunca amenaza: ilumina.
El periodismo ha quedado huérfano con el infarto que apagó la vida de Jaime Chincha a sus jóvenes 48 años. Noticia que golpea doblemente: por la irreparable pérdida humana y porque, más allá de quienes tuvimos la suerte de disfrutar de su amistad, su ausencia deja un vacío inmenso en un oficio que, en el Perú, suele ser acosado por la corrupción, la “mala leche” y los extremismos, que urbi et orbi pretenden silenciar las voces incómodas.
Jaime fue, por encima de todo, un periodista independiente. Nunca se dejó encasillar en trincheras fáciles, ni buscó agradar a poderes fácticos o a turbas fanatizadas. Su brújula estaba orientada por la búsqueda de la verdad, incluso cuando eso lo llevaba a incomodar a quienes preferían la complacencia. En tiempos en que tantos comunicadores se conforman con ser eco de consignas, él se empeñaba en ser contrapunto, contraste, pregunta incisiva.
Lo conocí en más de una entrevista. Y puedo dar fe de que, detrás de su estilo firme y sin concesiones, había un hombre de convicciones hondas y de trato siempre respetuoso. No confundía la firmeza de principios con el agravio, ni hacía de la independencia un espectáculo. Era capaz de conducir inteligentemente a un entrevistado contra las cuerdas con un dato o una contradicción resaltada, pero sin perder nunca la compostura. Rara y creativa mezcla de rigor y serenidad que lo distinguía.
En el Perú del Pacto Corrupto, polarizado y fatigado de discursos vacíos, la presencia de Jaime era vital. Su voz aportaba claridad en medio del ruido, equilibrio en medio del fanatismo y, sobre todo, valentía frente a la intimidación. Que se lo haya llevado la muerte tan temprano no solo es una injusticia personal, sino también una pérdida colectiva. Nos deja la responsabilidad de honrar su ejemplo con más compromiso, más honestidad y más coraje.
Su ausencia duele aún más en un contexto en el que la prensa peruana enfrenta amenazas nunca vistas en democracia. No basta con los ataques diarios desde trincheras mediáticas que fabrican noticias falsas: hoy el propio alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, un extremista torpe y peligroso que degrada el cargo que ocupa, se permite lanzar públicamente una frase de odio y violencia: que hay que “cargarse a Gorriti”. Un virtual llamado al homicidio contra Gustavo Gorriti, periodista cuya trayectoria internacional y nacional es reconocida, y que simboliza precisamente lo que tanto temen los autoritarios: la investigación independiente.
No se trata de un exabrupto más de un político exaltado e inmoral; es la verbalización de un instinto criminal contra la libertad de expresión. Y es la confirmación de que el fanatismo de ultraderecha, si no encuentra freno, puede cruzar las fronteras de la palabra hacia el acto. Este acto de instigación criminal debería estar siendo ya investigado por la Fiscalía.
Ante semejantes barbaridades, la memoria de Jaime Chincha adquiere un valor aún mayor. Porque él nunca apeló a la injuria ni a la amenaza, jamás pretendió anular al otro por la fuerza o la difamación. Su estilo firme, incisivo, agudo, se sostenía en razones, datos, preguntas. La antítesis de quienes creen que la política es gritar o “cargarse” a los periodistas incómodos. Chincha demostró que se puede ser duro sin ser miserable, que se puede cuestionar sin buscar destruir. Su ausencia nos obliga a defender esa forma de periodismo que incomoda, pero que jamás degrada.
El peligro hoy, pues, no es abstracto. Las amenazas criminales del alcalde extremista contra Gorriti se inscriben en una cadena de agresiones verbales y físicas que buscan instalar el miedo como norma. Si a los periodistas se les dice que pueden ser “cargados”, como quien se refiere a un enemigo de guerra, ¿qué mensaje reciben las mafias y los violentos de siempre? Que la licencia para silenciar está abierta, como lo ha alentado el Pacto Corrupto desde el Congreso en la alianza gobernante de la que es parte la agrupación política del alcalde.
Esa es la cornisa sobre la que se mueve nuestra democracia, y frente a la cual el ejemplo de Jaime resuena con más fuerza. Lo despedimos con tristeza, pero también con gratitud. Gratitud por recordarnos que el periodismo, cuando se ejerce con integridad, es una de las formas más altas de servicio público.
En un ambiente corroído por la corrupción, la mala fe y los extremismos, una voz independiente no solo informa: también defiende la dignidad de la sociedad entera. Que su partida sea, entonces, un campanazo para que no normalicemos el odio disfrazado de política ni las amenazas disfrazadas de “sinceridad”.
Descansa en paz, Jaime. Tu ejemplo seguirá siendo un faro potente: que tu memoria nos inspire a no callar frente a los violentos, vengan de donde vengan. La inacción sería darles una victoria que jamás merecerán.

Abogado y Magister en derecho. Ha sido ministro de Relaciones Exteriores (2001- 2002) y de Justicia (2000- 2001). También presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Fue Relator Especial de la ONU sobre Independencia de Jueces y Abogados hasta diciembre de 2022. Autor de varios libros sobre asuntos jurídicos y relaciones internacionales.