Profesor visitante en el departamento de economía de la PUCP
Las vacaciones escolares ya terminaron y muchos niños y adolescentes se resisten a volver a la escuela. No todos lo hacen por querer prolongar las vacaciones; muchos evitan un lugar de sufrimiento físico y psicológico ante el cual están poco protegidos. El acoso escolar (bullying), que incluye violencia física y psicológica, representa un alto riesgo para la salud mental y deterioro del rendimiento académico. La preocupación por los bajos rendimientos escolares ha estado centrada casi exclusivamente en la calidad de la enseñanza, olvidando el impacto del acoso.
Los rendimientos escolares no dependen únicamente de la calidad de la enseñanza, de la infraestructura de la escuela y su dotación en materiales educativos. También dependen del entorno familiar y escolar en el que se desenvuelve el educando. Varios estudios internacionales muestran que existe una fuerte correlación entre rendimiento escolar y el haber sido víctima de acoso. Malas notas, cursos desaprobados, año jalado y abandono escolar serán más probables para las víctimas de acoso que para sus camaradas de colegio que no han sido víctimas.
La violencia en el hogar se conjuga con violencia en la escuela, tanto para agresores como para las víctimas del acoso. Escolares víctimas de violencia en sus hogares llegan a la escuela marcados con el estigma de pérdida de autoestima, depresión e inseguridad que los distinguirá del resto de sus compañeros de colegio. Ellos devendrán blanco fácil de violencias físicas y/o psicológicas. Sus compañeros de colegio se regocijarán poniéndoles apodos (chapas), a menudo basados en la apariencia física y origen social o étnico. Ello se considera como motivo de risa, pero lo que no se dan cuenta es que el único que no ríe es el que recibió el apodo. Algunos de ellos son inocuos y son aceptados resignadamente por el aludido, por lo que esa práctica goza de impunidad.
A pesar de ser reconocido como un problema urgente por organismos públicos e internacionales (Ministerio de Educación, Ministerio de Salud, Defensoría del Pueblo, UNICEF), no existe un diagnóstico completo sobre su magnitud ni políticas efectivas de protección y remediación. Podemos avanzar los primeros elementos para llenar este vacío gracias a la Encuesta Nacional de Relaciones Sociales (ENARES) llevada a cabo en 2024, que incluyó un módulo de preguntas dirigidas a 32,236 niños de 9 a 11 años y adolescentes (12 a 17 años), alumnos en 2,000 instituciones repartidas en todo el país. Así, podemos precisar la amplitud del fenómeno, los lugares del territorio y tipo de escuela en donde es más frecuente, qué perfil tienen las víctimas y qué consecuencias tiene sobre los resultados escolares en sus distintas dimensiones.
Según la ENARES 2024, casi la mitad (44%) de niños y niñas de 9 a 11 años ha sufrido violencia psicológica o física por parte de compañeros. Entre los actos de violencia psicológica están los insultos, burlas o desprecio, los apodos o “chapas”. Entre los actos de violencia física están los jalones de cabello u orejas, patadas, puñetazos, etc. Las cosas no van mejor en el hogar, en donde un porcentaje casi idéntico (45.9%) de los niños fue víctima de violencia física o psicológica por parte de uno de sus padres o de su tutor en los últimos 12 meses. El grupo de adolescentes de 12 a 17 años no se distingue marcadamente del grupo de niños, pues el 43.2% sufrió violencia psicológica o física por parte de un compañero o de un alumno de otro colegio.
El perfil del escolar adolescente acosado tiene principalmente rostro de mujer en una escuela rural, en donde el 44.2% son acosadas, comparado con el 33.3% en el caso de los varones. Cabe notar que el acoso se da en proporciones muy similares en los establecimientos escolares públicos y privados (42.9% y 44.1%, respectivamente). El acoso es sin duda un factor que atenta contra la salud mental y propicia el abandono escolar. Casi diez de cada cien (8.1%) escolares se siente mal o muy mal en la escuela, de los cuales un poco más de nueve de cada diez ha sido víctima de acoso. El impacto del acoso sobre el rendimiento escolar no necesariamente es el mismo para todos los acosados, pues dependerá de la respuesta de la escuela y su entorno familiar.
Casi un tercio (31.7%) de los escolares entre 12 y 17 años fue desaprobado en algún curso en 2023 o tuvo que repetir de grado. Para poder distinguir el efecto específico del acoso debemos considerar simultáneamente el acoso y los otros factores asociados a los rendimientos escolares. Encontramos que el efecto del acoso varía significativamente según el grupo étnico. En el caso de los estudiantes mestizos, el acoso incrementa las probabilidades en un 24% de empeorar su rendimiento escolar. Entre los jóvenes afrodescendientes, esta relación es todavía más fuerte: el acoso los golpea con más intensidad que a cualquier otro grupo, ya que la probabilidad de que su rendimiento empeore aumenta en un 62%. En cambio, entre estudiantes indígenas y blancos, el acoso no muestra un efecto claro; incluso parece tener un peso menor en comparación con los demás. Estos resultados sugieren que la experiencia del acoso escolar no afecta de la misma manera a todos los grupos étnicos, lo que plantea la necesidad de respuestas diferenciadas y sensibles a la diversidad cultural.
Los escolares que presentan alguna discapacidad (para hablar, entender, caminar, aprender o relacionarse con los demás) incrementan su probabilidad de menor rendimiento escolar en un 45% respecto a quienes no presentan ninguna discapacidad. Ello nos dice mucho sobre la necesidad de políticas inclusivas que impidan el fracaso escolar de los más vulnerables. Otro resultado significativo es que vivir en un hogar en donde no toman en cuenta lo que dice o piensa el adolescente incrementa sus probabilidades de fracaso escolar en 56%. Cuando el adolescente siente miedo al circular en algunos lugares de su escuela, la probabilidad de menor rendimiento aumenta en 12%. Finalmente, parte de las brechas entre la escuela pública y la privada en los rendimientos escolares persiste aun considerando el impacto negativo de todos los otros determinantes de los rendimientos. Estos hallazgos evidencian que el rendimiento académico no depende exclusivamente de la calidad de la enseñanza, sino también de un entorno seguro, inclusivo y respetuoso, tanto en la escuela como en el hogar.
Es urgente implementar políticas públicas integrales que prevengan y erradiquen el acoso escolar, con estrategias diferenciadas según género, grupo étnico y necesidades especiales de los estudiantes. Las escuelas deben fortalecer protocolos de protección, promover entornos inclusivos y garantizar apoyo psicológico accesible para las víctimas. Se debe fortalecer la participación familiar y comunitaria para prevenir la violencia en el hogar y su repercusión en la escuela. La educación debe incorporar programas de formación en valores, respeto y resolución pacífica de conflictos, acompañados de monitoreo sistemático y evaluaciones periódicas del impacto del bullying en el rendimiento académico. Solo un enfoque coordinado entre escuela, familia y políticas públicas puede asegurar que todos los estudiantes puedan aprender y desarrollarse en un ambiente seguro y equitativo.