Politóloga
A solo meses de las elecciones del 2026, el Perú ya siente el calor de la campaña. Pero esta no es la contienda de antaño, aquella de mítines abarrotados y discursos en plazas. Hoy, el verdadero escenario electoral es la pantalla de tu celular. Algunos se mueven como pez en el agua frente a las cámaras de televisión, pero se ahogan en la frescura que exige un streaming informal. No todos logran el equilibrio. Otros, más sueltos en redes, parecen robots en un debate formal. Bienvenidos a la comunicación política del 2026, donde la versatilidad es clave.
Los candidatos ya han iniciado sus tours mediáticos, saltando de los medios tradicionales a los alternativos. Los primeros ofrecen alcance masivo y cierta credibilidad. Los segundos, como TikTok o los pódcast, permiten algo que la TV no brinda: cercanía y segmentación. Según el Banco Interamericano de Desarrollo, en 2020 el 73% de los latinoamericanos usaba WhatsApp y Facebook para informarse sobre política.
En Perú, un 80% de los adultos recurre a las redes sociales para enterarse de lo que pasa (Ipsos, 2024). Pero saturar ambos mundos sin estrategia es como gritar en una plaza vacía. Cada plataforma exige su propio lenguaje, ritmo y tono. Un discurso solemne que triunfa un domingo puede convertirse en material de burla o memes en un en vivo de TikTok si no conecta con la audiencia.
Para acertar, los candidatos necesitan equipos que no solo dominen lo digital, sino que sepan escuchar al Perú real. Aquí aparece el gran problema: nuestras percepciones suelen estar atrapadas en cámaras de eco, esas burbujas donde solo oímos lo que ya creemos. Según un estudio de Vaccari et al. (2016), estas cámaras refuerzan los sesgos de confirmación, limitando la capacidad de los políticos para entender al electorado.
En el Perú de hoy, donde el 60% de los ciudadanos se informa únicamente a través de fuentes afines a sus ideas (IEP, 2024), los candidatos corren el riesgo de hablarle a un espejo. ¿Cómo conectar con el votante si solo escuchas a tus seguidores en Twitter? La respuesta está en investigar y salir de la zona de confort, pero con la empatía necesaria para captar las verdaderas preocupaciones: inseguridad, desempleo, salud.
Pero conocer al ciudadano no basta. La clave está en movilizar emociones. En un país donde la desconfianza en los políticos alcanza niveles récord y el desasosiego reina, el candidato que logre encender una chispa de esperanza, indignación o incluso nostalgia tendrá la atención del votante. Prepárense, porque el espectáculo apenas comienza. En su afán por conectar, veremos candidatos bailando con tiktokers o participando en “experimentos sociales”.
Sin embargo, el lado oscuro de esta era digital también estará presente: deepfakes, fake news y campañas de desinformación impulsadas por inteligencia artificial. En el Perú, donde la alfabetización digital aún es baja, distinguir la verdad de la mentira será un desafío enorme. Por eso, instruir al votante para navegar este mar de información falsa se convierte en una tarea urgente.