Abogado y politólogo. Egresado de la UNMSM, Magíster en Ciencias Penales y candidato a Doctor en Filosofía (UNMSM). Profesor en la USMP y UNMSM. Director del Portal de Asuntos Públicos Pata Amarilla.
Tres recientes citas y declaraciones ocurridas en A. Latina proyectan el paisaje de una región con una peculiar característica: hasta ahora ha logrado neutralizar el efecto o evadir el juego de presiones y amenazas de la administración Trump. Paradójicamente, el patio trasero de EE. UU. se moviliza con mayor soltura que Europa o Asia.
La represión arancelaria de EE. UU., que se propone impedir la formación de redes de cooperación autónomas del sur global, parece llegar tarde. En Río de Janeiro, el 7 de julio culminó la XVII Cumbre BRICS que incorporó a seis nuevos miembros, entre ellos Arabia Saudita e Indonesia, y aprobó una larga resolución que reclama la reforma de los organismos multilaterales, cuestiona el proteccionismo y las sanciones arancelarias, e impulsa el comercio entre monedas locales.
En Bogotá, el 16 de julio, doce países del Grupo de La Haya, ninguno de Europa, aprobaron una resolución contra el genocidio en Gaza, llamando a la adopción de medidas contra Israel que incluyan el suministro de armas y combustible. Asimismo, el 21 de julio, en Santiago, cinco presidencias progresistas (España, Brasil, Uruguay, Colombia y Chile) suscribieron la declaración “Democracia Siempre”, que llama a acciones globales, entre ellas la defensa del multilateralismo, la reforma de las NNUU, la colaboración democrática frente al avance autoritario, el odio y la desinformación, y al alto al fuego en Gaza, y un silencio inexplicable sobre el régimen de Maduro.
Estas iniciativas se conectan en la dialéctica internacional de crisis y pugnas que se superponen, tensiones que producen vientos que modifican rápidamente las coyunturas, alianzas y confrontaciones, en un escenario donde la idea de la policrisis permite catalogar los desafíos inmediatos.
Europa no estaba preparada para la irrupción avasalladora de Trump 2.0 y hasta ahora le cuesta constituirse en un contrapeso a EE. UU. desde la democracia liberal y el multilateralismo. Quién lo diría, pero A. Latina cumple ahora una función parecida y es más predecible que otras regiones. En la región, el desorden crítico mundial parece reordenarse y establecer un sentido distinto, colocando sobre la mesa problemas muy relevantes, especialmente los políticos, en los que la región se mira a sí misma y al mundo desde una perspectiva bastante propia.
A. Latina continúa siendo un campo de competencia de proyectos y que, no obstante, rechaza la bipolaridad y aboga con hechos por el multilateralismo, y se erige como un centro de poder relativo basado en la actividad de sus dos potencias regionales, México y Brasil, y el respaldo de países con una política exterior que pugna por la autonomía.
No habría que magnificar este momento, especialmente porque el cuadro puede cambiar en poco tiempo. Esta performance pertenece a una coyuntura de tránsito cuyo desenlace depende directamente del resultado de cinco elecciones a realizarse en Bolivia, Chile, Perú, Colombia y Brasil entre agosto de 2025 y octubre de 2026. En poco más de un año, la región podría experimentar un vuelco de proporciones y encallar en las arenas de la incertidumbre, en el modelo argentino o ecuatoriano de democracia asediada, o de captura autoritaria y corrupta que sería la reelección del actual régimen peruano.
Los datos de todos los sondeos regionales indican que los latinoamericanos mantienen el apego a la democracia, pero con altas cuotas de insatisfacción y un creciente porcentaje de ciudadanos híbridos que apoyan la democracia y, al mismo tiempo, el surgimiento de líderes autoritarios que sean capaces de acabar con ella, es decir, la negación de facto del dogma churchilliano de la preferencia liberal sobre todos los modelos.
El horizonte democrático es más incierto que hace una década. Apreciados los datos de país a país, en buena parte de casos, la desafección se relaciona con dos razones: la desigualdad y la inseguridad ciudadana, dos problemas que el modelo liberal no logra resolver y tampoco las experiencias progresistas, liberales o no.
En buena parte de la región, las crisis nacionales tienden a devorar el sistema democrático con distinta intensidad —Ecuador, Argentina, El Salvador y Perú— y en otros países se experimentan batallas épicas para impedir ese destino, como en Chile, Colombia y Brasil. Bolivia es un caso especialísimo: el filicidio del proyecto MAS perpetrado por Evo Morales probablemente no derive en una restauración radical como la acontecida con el gobierno de Jeanine Áñez, sino en la reforma negociada de un régimen desbordado por la ineficacia y el desgobierno.
Las elecciones en los cinco países señalados se realizarán sobre la base de la transformación de la oferta política deslizada hacia la ultraderecha, aunque no pasa desapercibido que esta oferta se vincula intersubjetivamente con una opinión pública cuyo reconocimiento de lo autoritario experimenta una maduración cognoscitiva. En estos países, la polarización convive con la fragmentación en planos complejos donde el resultado de las segundas vueltas podría pulverizar la gobernabilidad.
El último Latinobarómetro, publicado en diciembre de 2024, presenta datos que registran una intensa demanda de cambios que, sin embargo, la literatura especializada asocia menos con la oferta progresista y más bien proyecta una objetivación cultural de las capacidades y ofertas del extremismo de la derecha.
Estos datos aportan un fondo explicativo del auge extremista conservador. En el promedio regional, el 56 % de ciudadanos demandan cambios entre profundos y radicales, porcentaje que en los cinco países en procesos electorales se eleva sustantivamente: 63 % en Bolivia, 66 % en Chile, 66 % en el Perú, 58 % en Colombia y 64 % en Brasil. En esos países, concurrentemente, el apoyo a la democracia se ha estancado o ha retrocedido en los últimos años, y también en ellos, salvo Chile, la idea de que da lo mismo un gobierno democrático que uno autoritario bordea el 30 %.
La primera idea, de que este auge proviene principalmente de una campaña internacional de un centro de poder único, es cada vez más precaria. No significa que la campaña no exista o que no se constituyan gérmenes de una internacional reaccionaria. De país a país, no obstante, las principales razones son en unos casos el fracaso de las reformas políticas y económicas —los “centros políticos” tácitos o expresos— y en otros el populismo de izquierda derrotado y/o infecundo.
Recuperar una idea de cambio que no pase por el saber concebido de la ultraderecha es desafiante. Un mar de fondo se mueve aceleradamente hacia ese lado y su principal vehículo es la promesa de militarización de la seguridad interna, a pesar de sus muy discutibles efectos de corto y mediano plazo que están a la vista: la deriva autoritaria difícil de revertir (El Salvador y Ecuador), la politización de las FFAA y de la policía, las violaciones de los DD. HH. (además de los países señalados, en México, Brasil y Colombia) y la excepcionalidad judicial.
La defensa de la democracia no puede venir sin oferta consistente de bienestar e igualdad. La recuperación de las posibilidades electorales de la izquierda chilena son resultado de una saludable autocrítica del error de poner todas las fichas en la canasta de la asamblea constituyente, desatendiendo la vida cotidiana de la gente. En Colombia las reformas laboral y pensionaria van en la misma dirección. En cambio, en algunos países como el Perú, la recuperación de la democracia está desapareciendo bajo el peso de una campaña electoral donde lo más importante parece ser el color y tamaño de la cédula electoral y no la reelección del régimen híbrido, una voracidad que no puede enfrentarse con la demanda de una constituyente.

Abogado y politólogo. Egresado de la UNMSM, Magíster en Ciencias Penales y candidato a Doctor en Filosofía (UNMSM). Profesor en la USMP y UNMSM. Director del Portal de Asuntos Públicos Pata Amarilla.