Exministra de Justicia y Derechos Humanos. Abogada.
Habían pasado diez años desde que me alejé de la política. Lo hice defraudada por las traiciones y las mezquindades. Decidí seguir el consejo de quien me formó: prepárate para no vivir de la política, sino para poder servir desde ella. Me dediqué a estudiar, a trabajar, a formar una familia. No pensé en volver. Pero en el 2003, embarazada, me invitaron a regresar a lo que más me gustaba: la formación política. Volví por mi hija, porque quería un país diferente para ella. Más justo, menos desigual. Sola no podría cambiarlo, pero no hacer nada no era opción.
En ese camino conocí a Dionisio García Carnero, un hombre excepcional. Senador español del Partido Popular durante casi 30 años y alcalde de Zamora, su ciudad natal. Dionisio amaba lo simple: el campo, las conversaciones largas mirando el río cuando visitábamos los pueblos. Respetaba el mundo indígena y se esforzaba por aliviar sus cargas y entenderlo. Vivía con los ojos abiertos. Amaba América Latina y al Perú. Vino con la Fundación Humanismo y Democracia, que encarnaba lo que para mí representa la política: el humanismo, que pone a la persona en el centro, y la democracia, como método para garantizar justicia, libertad y bienestar.
Dionisio vivía esos valores. Era el tipo de político que te esperaba en la puerta del Senado, que valoraba tu tiempo, que se sabía el nombre de cada trabajador y preguntaba por sus familias. No era pose. Era su forma de estar en el mundo. Un hombre que hacía política con sensibilidad y respeto. Que creía en una Iberoamérica unida, con raíces comunes y destinos compartidos. Dionisio falleció el 17 de julio de 2025, a los 71 años. Su partida deja un vacío profundo. Pero su legado, su ejemplo de coherencia, sencillez y compromiso, nos acompañará e inspirará siempre. Gracias, Dionisio, por enseñarnos que la política también puede hacerse con humanidad.