Magíster en Administración Pública por la Universidad de Harvard. Exdirectora de Programación y Seguimiento Presupuestal del Ministerio de Economía y Finanzas. Cofundadora de Impacta.
En menos de nueve años, el Perú ha tenido catorce ministros de Economía y Finanzas. Más allá del número, lo alarmante es la duración promedio de cada gestión: apenas ocho meses en el cargo. Para una cartera crucial en la conducción macroeconómica, la formulación de políticas públicas y la asignación de recursos, este nivel de rotación no solo es inusual, sino insostenible.
Aunque en el Perú los cambios ministeriales se han vuelto casi una rutina, basta con mirar a la región o a otras democracias avanzadas para entender lo anómalo de esta dinámica. Desde 2016, Chile ha tenido seis ministros de Hacienda, Uruguay solo tres, y países como Estados Unidos y Alemania, cuatro. La última vez que el Perú experimentó una relativa estabilidad en este sector fue durante el gobierno de Ollanta Humala (2011–2016), que tuvo apenas dos titulares del MEF: Luis Miguel Castilla y Alonso Segura.
Desde entonces, la inestabilidad política se ha convertido en la norma. Tras la llegada de Pedro Pablo Kuczynski al poder en 2016, ningún ministro de Economía ha logrado completar siquiera dos años de gestión. El récord reciente de permanencia lo tiene Carlos Oliva, con 18 meses en el cargo. En el extremo opuesto, José Arista fue ministro durante apenas cinco días, en el brevísimo (des)gobierno de Manuel Merino.
La alta rotación de ministros de Economía es, por sí sola, un problema serio. Pero en el caso peruano, sus efectos se agravan al coincidir con otras dos debilidades estructurales.
Una de ellas es la ausencia de una hoja de ruta clara. Corea del Sur, por ejemplo, aplicó durante décadas una política industrial orientada desde el Estado. Alemania impulsa ambiciosas agendas de transición energética y digitalización con horizontes de 20 y 30 años. Incluso sin ir tan lejos, nuestros vecinos suelen iniciar sus gobiernos con planes programáticos formulados por sus partidos políticos. En el Perú, ni siquiera eso: la debilidad crónica de nuestras organizaciones partidarias, sumada a la alta inestabilidad presidencial, hace que muchas administraciones arranquen sin un plan mínimamente articulado para los cinco años de gestión.
Esta falta de rumbo estratégico se ve exacerbada por el constante recambio de autoridades. En ausencia de una visión compartida de país, cada nuevo ministro redefine prioridades; y sin continuidad en los liderazgos, ningún plan logra consolidarse. Así, cada gestión comienza desde cero, desconociendo o deshaciendo lo avanzado por su antecesor.
El caso reciente de José Salardi ilustra este patrón de discontinuidad. Asumió el Ministerio de Economía y Finanzas el 31 de enero de 2025 y fue reemplazado el 13 de mayo, tras apenas 102 días en el cargo. En ese breve lapso, había comenzado a delinear una hoja de ruta: propuso un paquete de 402 medidas de desregulación para reducir la burocracia y una ambiciosa estrategia para movilizar más de 70 mil millones de dólares en asociaciones público-privadas. Sin embargo, su salida abrupta interrumpió el proceso antes de que pudiera afianzarse. Con la llegada de un nuevo ministro —y en ausencia de una planificación nacional de largo plazo— se redefinirán nuevamente las prioridades, repitiendo el ciclo de empezar desde cero.
A ello se suma la fragilidad del servicio civil. En la mayoría de ministerios peruanos, el cambio de ministro suele venir acompañado de la salida de viceministros, directores generales y funcionarios técnicos clave. No existe una estructura profesionalizada ni una institucionalidad suficiente que garantice continuidad técnica entre gestiones. A diferencia del Banco Central de Reserva, que ha logrado consolidar un cuerpo técnico estable, meritocrático y bien remunerado, los ministerios funcionan con equipos altamente expuestos al vaivén político.
Según el OECD Economic Survey: Perú 2023, la permanencia promedio de un director general, el cargo técnico más alto dentro de un ministerio, es de apenas 12 meses. Esta cifra refleja una volatilidad inusualmente alta. En contraste, en dos tercios de los países de la OCDE, los altos directivos públicos permanecen en sus puestos incluso después de un cambio de gobierno, lo que permite preservar la continuidad de políticas y procesos clave.
Pero el problema no es solo de rotación. También hay un déficit severo en la profesionalización de la alta dirección pública. Un estudio reciente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) muestra que, mientras países como Chile han institucionalizado un sistema meritocrático con más de 5,000 directivos seleccionados por concurso, en el Perú apenas se contabilizan 124. La gran mayoría de estos cargos se sigue cubriendo por designación discrecional, sin procesos técnicos ni garantías de permanencia.
Esta inestabilidad técnica tiene consecuencias acumulativas. Cada cambio implica pérdida de conocimiento institucional, rupturas en los flujos de trabajo y retrasos en la ejecución de políticas. Además, debilita la autoridad técnica del ministerio frente a otros actores del sistema político. Como ha señalado Julio Velarde: en el pasado las advertencias técnicas del MEF eran escuchadas y respetadas en el Congreso. Hoy, con ministros efímeros, esa voz pierde peso, y con ello también la capacidad del Estado para sostener decisiones responsables en materia económica.
En suma, la alta rotación de ministros en el MEF no es solo un problema de gobernabilidad política. Es, sobre todo, un síntoma de un Estado que no logra construir instituciones sólidas, con visión de largo plazo y equipos técnicos estables. Mientras sigamos tratando al MEF como una estación de paso, el costo lo pagará el país: en políticas inconclusas, en pérdida de tiempo y recursos, y en una economía que avanza sin dirección clara.
No basta con tener buenos ministros si no se les da tiempo, respaldo político y un entorno institucional que les permita ejecutar. Urge repensar cómo construir continuidad en la política económica peruana. Eso empieza por profesionalizar el servicio civil, blindar la técnica frente a la volatilidad política y apostar por una agenda de país que no dependa del rostro del ministro de turno.

Magíster en Administración Pública por la Universidad de Harvard. Exdirectora de Programación y Seguimiento Presupuestal del Ministerio de Economía y Finanzas. Cofundadora de Impacta.