Director Ejecutivo de Proética, Capítulo Peruano de Transparencia Internacional. Sociólogo. Máster en Gestión de Políticas Públicas por la UAB. Ex...

Es ética política lo que falta, no Ciencia, por José Luis Gargurevich

En nuestro país, el papel de los científicos sociales y los intelectuales ligados a la política ha sido notable cuando de enfrentar sin concesiones al poder de turno se ha tratado. De hablarle con franqueza brutal a las élites, a las oligarquías y a las dictaduras en defensa de lo que podría llamarse la ética pública de la conciencia colectiva de la nación

Un politólogo local escribió hace unas semanas que sus colegas se habían dejado tentar por la dimensión moralista en sus análisis y habían reemplazado la producción de conocimiento científico por “ensayos para la indignación”.

En nuestro país, el papel de los científicos sociales y los intelectuales ligados a la política ha sido notable cuando de enfrentar sin concesiones al poder de turno se ha tratado. De hablarle con franqueza brutal a las élites, a las oligarquías y a las dictaduras en defensa de lo que podría llamarse la ética pública de la conciencia colectiva de la nación. Pienso en Manuel González Prada, pero por supuesto en Julio Cotler y otros que no nombro para evitar que una lectura pre-juiciosa piense esta columna como una apología ideológica.

Si las ciencias políticas estudian la formación, la organización y el ejercicio del poder, ¿para ser ciencia tienen que limitarse a describir o deben dar el paso de emitir/orientar un juicio? Pueden ceñirse a la objetividad con el riesgo de ostentar un academicismo cínico, o, más bien, pueden traicionar volverse cómplices de lo incorrecto y revelar cuando se actúa con abuso o cuando se vanagloria la injusticia, con el riesgo de condenarse a un moralismo sesgado.

Pero al final, no es de ciencia lo que me preocupa que adolezca nuestra reflexión política: es de ética.

Porque una cosa es que nos satisfaga entender la política como el ejercicio del poder y otra muy distinta evaluar, mediante la ética política, la forma en que debe comportarse quien se dedica a ella. Pasa por combatir la neutralidad para dejar de analizar simplemente cómo funciona el poder para enfocarse en para qué se usa el poder. Ante aquello que afrente los principios del bienestar colectivo no me enorgullece callar mi postura y llamarla “objetividad”: mi silencio se convierte en omisión. No quiero unirme a las filas del fraseo pragmático y del juicio errático cuando puedo proponer reformas, disentir del abuso y contribuir a mixturar perspectivas de solución. Porque creo que la ciencia es una herramienta de acción a viva voz, no la inacción de bajo volumen. Y sí, la ciencia política cumple un rol en la reflexión, pero ya es hora de exigirnos una ética política que nos emplace a la acción.

Nos han acostumbrado a ser espectadores de la política y a simplificar nuestra participación a punta de “marchas y zapatillas”, como si fuera la telenovela donde los políticos se enemistan, se perdonan y se alían ante el rating de nuestra curiosidad. Y al finalizar el episodio solemos pedirle a la ciencia política que nos “spoilee” el vaticinio del siguiente, queremos saber qué pasará, qué decisiones se tomarán y a quién hay que odiar por tomarlas.

La ética política es la preocupación del cómo y sobre qué principios se toman esas decisiones, más que sólo el contenido de las decisiones mismas. Por eso recurro a proponer que sea esa ética la que nos convoque a la valoración, para no concentrar todos los esfuerzos académicos en analizar la política desde la postura ideológica del protagonista del escándalo de turno o desde la marca institucional o la historia partidaria de la que proviene.

La ética pública debería ser la que compartamos como valor universal en este momento de la historia nacional: los derechos humanos, la democracia, las libertades, la defensa de la vida y la dignidad humana, la igualdad de oportunidades, la igualdad ante la ley, la no discriminación. ¿Hay algo en esta lista de principios que nos haga adversarios? Son más bien los políticos los que nos han enfrentado con simplistas oposiciones e inflexibles moralidades. Y, atención, esta es la defensa ética de lo público, no la arenga de la moral personal.

De los moralismos ya nos hemos abundado al hartazgo. La moralidad es la que nos une desde lo gregario, nos adhiere a una creencia, a una postura, a una identidad más fuerte que el contexto que siempre cambia. Es, por ejemplo, la moralidad de la religión que profeso y los principios testamentarios que no puedo modificar, es la defensa férrea del partido político o la ideología donde militan mis ideas y se polarizan contra las tuyas, es la arenga del nacionalismo soberano que infunde temor frente a lo extranjero y al migrante amenazante. La moralidad es el mandamiento que me impuse y de ahí se desprenden los valores que comparto con los míos.

A nuestro país le urge un Pacto Nacional por una Ética Política. Y no digo sólo ética ciudadana -que es parte de ella- porque urge encontrar a esos peruanas y peruanas honestos, limpios, justos, incólumes -porque los hay- para que decidan combatir la política con la política. Que no nos importe si en la vectorización ideológica se ubican a la izquierda, la derecha, arriba o abajo, con tal que sus principios éticos sean el primer peldaño del deber-ser al que aspiramos: la independencia y el equilibrio de poderes que no permita abuso al ejercicio de la autoridad, la meritocracia que empiece con la probidad y el talento pero que bloquee el amiguismo, la transparencia que exponga cualquier resquicio de conflicto de interés o clientelismo, la justicia que honre la igualdad de todos ante la ley sin mediar fervores o credos, la defensa de la institucionalidad y la legitimidad que venza el revanchismo y el patrimonialismo de los recursos públicos.

Una ética común que nos vertebre, que nos fuerce a tomar distancia de las aceras desde donde aplaudimos o abucheamos el paso de los políticos, y nos enseñe a tener suficiente tesón para envalentonarnos en ser su reemplazo. Porque nos hemos olvidado de que las aceras van hacia la misma dirección, sólo que si llegamos separados y fragmentados nunca seremos un país donde el poder se democratice realmente y le seguiremos regalando el país a los poderosos del momento.

Si la democracia deja de ser nuestro bastión ético, de nada valdrá que haya ciencia política que nos analice. Sin democracia, no hay ciencia libre.

Jose Luis Gargurevich

Columna vertebral

Director Ejecutivo de Proética, Capítulo Peruano de Transparencia Internacional. Sociólogo. Máster en Gestión de Políticas Públicas por la UAB. Ex viceministro de Educación y ex directivo público. Presidente del Instituto para la Sociedad de la Información. Docente en la Escuela de Gobierno y Políticas Públicas de la PUCP y en la UARM. Creo en la urgente recuperación de la democracia, un Estado de Bienestar para todos, la Educación como derecho y la República de iguales. El poder de la palabra y el diálogo puede reconstruir nuestra columna vertebral.