Celebración de la catedral, por Alberto Vergara


Vos sos América, la tuya es la verdadera luz americana, 

su verdadero drama, y también su esperanza en la medida 

en que es capaz de haberte hecho lo que sos”.

Carta de Julio Cortázar a Mario Vargas Llosa (1965)

Toronto amanecía el 7 de octubre de 2010 cuando mi amigo Jorge Valladares gritó desde la sala: “¡se lo dieron a Vargas Losa, el Nóbel, se lo dieron a Vargas Llosa!” Salí corriendo de mi cuarto, Eduardo Dargent del suyo y los tres nos abrazamos y saltamos como niños emocionados, como si fuese el gol que Jefferson Farfán le haría a Nueva Zelanda siete años después. 

Ninguno de nosotros conocía Vargas Llosa, por cierto. Por eso mismo, muchas veces me he preguntado de qué estaba hecha esa algarabía de tres peruanos anónimos en la mañana canadiense. ¿Qué resortes afectivos tocaba Vargas Llosa para producir aquella euforia? 

Con su fallecimiento la pregunta reemerge: ¿Qué le debemos y qué le reconocemos a Vargas Llosa?

Saquémonos de encima primero las obviedades, que,siendo obvias, son las más imponentes: una obra literaria descomunal. En general, es difícil que uno relea novelas y, sin embargo, muchos hemos vuelto varias veces a Conversación en la catedralLa guerra del fin del mundoLa ciudad y los perros o La fiesta del Chivo. Solamente enumerar estas cuatro novelas mayores produce vértigo. Y al lado hay cincuenta libros más. Muchas de sus novelas “menores” serían ellas solas el logro literario de la mayoría de escritores.

Ahora, esta obra inmensa no se explica solamente por el trabajo y el talento de Vargas Llosa sino, además,por algo que llamaría la convicción. O una suma de convicciones . Pero quedémonos por el momento en el ámbito literario. 

La primera y fundamental fue la de ser un escritor profesional desde muy joven en un país donde probablemente nadie lo había sido y muy pocos lo han conseguido luego. Hace algunos años la revista Hueso Húmero publicó algunas de las cartas que el joven Vargas Llosa le enviaba a su amigo Abelardo Oquendo mientras escribía La ciudad y los perros y uno solo puede rendirse ante ese joven de 24 ó 25 años buscando no defraudar el llamado de la literatura. De la experiencia, afirma, “voy a salir loco”. Porque está la vocación personal por la literatura, pero además el llamado de la gran literatura: “y ya me enredé, carajo, porque estuve leyendo al cojudo de Faulkner…” La doble convicción: intentar ser un escritor, pero además ser uno universal, ser la vanguardia.  

¡Y lograrlo! Vargas Llosa, los autores del Boom y algunos de sus predecesores (Borges, Rulfo) reinventan América Latina. Sus novelas y cuentos muestran a los latinoamericanos que el vecindario es uno solo, que padecen los mismos males y albergan esperanzas semejantes. Y que no constituyen un espacio cultural atrofiado frente a la literatura universal. Dostoievski puede ser mexicano, Joyce peruano y Kafka colombiano. En los sesenta el Boom construye y difunde una imagen contemporánea de América Latina cuando se produce un doble fenómeno improbable: la creación vanguardista junto al éxito comercial. Escritores y ciudadanía en sintonía.

En el caso de Vargas Llosa, en muchas de sus novelas aparecerá una forma despiadada de estructurar y ejercer el poder en el Perú y en América Latina. No solo el poder político, propenso a dictaduras de todo tipo, sino una forma cotidiana de arbitrariedad, en especial, contra los menos favorecidos. El abuso político, social, económico sobresale como parte de unmismo fenómeno. Abusos que, además, suelen sufrir con especial ensañamiento las mujeres. De manera,diría, obstinada, en muchas de sus novelas, Vargas Llosa nos recuerda que en el Perú el verdadero lazo social es la injusticia.

Esta es una poderosa forma de construcción nacional. No la de la reverencia patética a estatuas ecuestres, sino el establecimiento de unas preguntas inconformes e incómodas sobre qué somos y lo que podríamos ser. Ningún recuento histórico ha incrustado en el imaginario nacional en qué consiste la corrupción y los abusos de las dictaduras como las aventuras y desventuras de Zavalita; ningún científico social ha conseguido transparentar el salvajismo de los caucheros en la Amazonía como La casa verde. Y podríamos poner más ejemplos. Una obra profundamente política y moral. 

Pero sigamos con las convicciones. Además de la literaria, hubo las políticas y morales. Y sería cómodo recurrir a Borges para señalar que nada hay menos importante en un artista que sus opiniones políticas. Pero tiendo a pensar que el sartreano Vargas Llosa arquearía las cejas. Sus posturas le valieron ataques de derecha e izquierda según las temporadas. Como cantó Dylan sobre Billy the Kid, “they don’t like you to be so free”.  

Más allá de las posturas concretas que abrazó en distintos momentos de su larga vida, me gustaría subrayar tres cuestiones clave y subyacentes a esas posiciones (que muchas veces son relegadas). 

La primerísima que suele olvidarse es que, aún si alguien rechaza las opiniones de Vargas Llosa, debe aceptar que siempre fueron eso, opiniones. Nunca fue funcionario de un gobierno y, sobre todo, jamás fue burócrata de alguna dictadura de derecha o izquierda como ha sido el caso de muchos intelectuales. No estamos ante Heidegger. 

Pero, además, ninguna de sus opiniones fue moralmente aberrante ni políticamente inaceptable. Incluso las menos democráticas (apoyar a la revolución cubana en los sesenta y al gobierno del general Velasco en los setenta), nunca fueron cheques en blanco ni se convirtió en un lambiscón o apparachik de esos experimentos. 

Y después de esas décadas no apoyó a ningún régimen autoritario. Una izquierda sectaria –fórmula de cierta redundancia—, estos días le ha achacado algunas de sus posiciones políticas más tardías, como apoyar la candidatura de Bolsonaro en 2022 o la de Keiko Fujimori contra Castillo. Lo curioso es que se trata de una izquierda que siempre menospreció a Vargas Llosa y que, en realidad, no necesitaba de estas opiniones tardías para despreciarlo. 

Mi punto no es respaldar cada una de sus posturas políticas –no podría--, es señalar que estas – inclusive las tardías, cuando ya octogenario y débil fue arrastrado, como el mundo, hacia la polarización-- estuvieron dentro de los márgenes de lo democrático y ninguna en apoyo de un régimen autoritario (lo más cercano y triste fue respaldar a Dina Boluarte, a los 87 años).

Pero hay algo más. Si uno puede discrepar de muchas de sus posturas, debemos subrayar y reconocer que nunca opinó para cabildear un nombramiento, para recibir una prebenda ni para quedar bien con alguna panaca. En un país donde abundan las lealtades de arriendo, Vargas Llosa dijo siempre lo que genuinamente consideró lo correcto. No habló a media voz. Como cuando enmendó al presidente Fernando Belaúnde asegurando que su deber no era tirar a la basura los informes de Amnistía internacional (“en boca de Pinochet o de Fidel Castro semejante declaración tendría lógica”), sino investigar que las violaciones de derechos humanos no estuvieran ocurriendo en Perú; como cuando le torció la mano al presidente Alan García y consiguió que se construyera el Lugar de la memoria en Lima; como cuando calificó de “traición” el indulto que su propio candidato Kuczynski otorgó a Alberto Fujimori.

Y no habló a media voz en ninguna parte. Ni en Cuba cuando rompió con la dictadura. Ni en México cuando acuñó aquello de la dictadura perfecta. Ni en Chile cuando aseguró que ahí había una derecha moderna,pero otra cavernaria. 

Si en el Perú la izquierda no le reconoció nada,respecto de la derecha Vargas Llosa supo que era un excéntrico liberal y demócrata en un espectro de mercas y autoritarios: “Ya sabemos cómo es la realidad y en qué puede convertirse la Confiep, que hoy ha pasado a servir desembozadamente a la dictadura” (Entrevista con César Hildebrandt, 1992). 

Un intransigente, un moralista. No en vano Enrique Krauze lo agrupó junto a otros latinoamericanos bajo la etiqueta de “redentores”. Alguna vez Valentín Paniagua me contó que durante la campaña de 1990, antes de salir a un mitin en el Cusco, le aconsejaban “Mario, no digas que vas a privatizar la energía que la plaza está llena y la gente se irá”. Y Vargas Llosa subía al estrado y aseguraba que iba a privatizar la energía, aunque la gente se marchara. Las convicciones. 

Menos importante que su tránsito por el comunismo y el liberalismo es, entonces, constatar que tanto sus novelas como sus posturas buscaron despabilar al Perú. Las soluciones que abrazó a lo largo de las décadas variaron pero no fue conformista ni complaciente con nuestros peores males. Es más, probablemente nadie los ha expuesto con más constancia, crudeza y arte. 

Cada uno puede reservarle críticas y diferencias (para mí, lo diré, en buen republicano, la aceptación de un título nobiliario siempre me resultó difícil de procesar),pero ¿cuál es la relevancia de esas diferencias cuando se acaba de cerrar una vida-obra así de honda y vasta? La de una nota a pie de página al interior de un anexo extemporáneo. 

Alberto Vergara

A mí no me cumbén

Como nadie le paga por jugar fútbol, tocar guitarra o ir al cine se dedica a la ciencia política. Es profesor en la Universidad del Pacífico. Ha publicado una decena de libros entre propios y editados. Su libro más reciente es Repúblicas Defraudadas: ¿Puede América Latina escapar de su atasco? (Crítica, 2023). También ha publicado el libro infantil Otta la gaviota que tenía… ¡vértigo! (Planeta junior, 2022).