Según la encuesta Juventudes, Asignatura Pendiente, el Perú es el país donde más jóvenes quieren irse. 62 de cada 100.
En 1986, muchos de mis amigos se fueron. Las circunstancias los obligaron: hiperinflación, malos gobernantes y la muerte sembrada por Sendero Luminoso. Se tuvieron que acostumbrar a hacer sus vidas lejos de casa.
Mi hija que tiene 21 años y algunos jóvenes que quiero me dicen que se quedan, frustrados pero con esperanza aún.
¿Qué hicimos tan mal? ¿Por qué no pudimos sacar adelante un país que lo tiene todo?
Nuestra generación falló. Nos pesaron los años 80, el desastre económico, la muerte, la cobardía para señalar responsabilidades, la mezquindad para reconocer aciertos. Hoy tenemos un país roto y un discurso político que lo rompe cada día en más pedazos.
He visto ese problema, de cerca, en el Congreso y el Ejecutivo. También comprobé que entendido como un servicio, el poder transforma las cosas para bien.
Lo hice cuando enfrente, la trata de personas desde La Pampa en Madre de Dios, donde nadie llegaba y mejoramos la situación. Lo vi cuando se creó la fiscalía especializada contra la trata que a tantos delincuentes metió a la cárcel. Lo hice con Cárceles Productivas, donde los presos aprendían oficios, generaban un ingreso, pagando su estadía y reparaban a sus víctimas. Lamentablemente en estos ejemplos, cuando me fui de la posición de poder, se empezó a retroceder, quizá a alguien le incomodó la mejora. ¿La moraleja? El poder no es malo, el poder es bueno. Depende de a quién se lo demos.
No podemos seguir perdiendo jóvenes valiosos por falta de acción. Mi generación falló, sí, pero a algunos nos queda mucha energía para darle vuelta a la situación y convencer a los 62 jóvenes que quieren dejarnos y darle más razones a los que se quieren quedar para sumarse al cambio. Usemos el poder para transformar las cosas. Que nadie nos robe la fe en el Perú que sí es posible.