La crisis venezolana tiene ya 25 años. Ha sido sistemáticamente contundente la erosión del constitucionalismo democrático que inicia con un golpe fatal a la Constitución de 1961, faro de la democracia venezolana por casi 40 años. La constituyente de 1999 se llevó a cabo fuera del marco constitucional y generó un efecto de “tabula rasa” en la clase política en el marco de un escenario caracterizado por el auge de las comunicaciones digitales, los commodities (petróleo, oro, etc.) y el descrédito de los partidos históricos.
Siempre ha habido resistencia. Las concentraciones multitudinarias y paro cívico de 2001-2002, el golpe de Estado y paro nacional, la pérdida de autonomía del Banco Central, el control de cambio (2003) y el inicio del sistema de programas sociales (Misiones) con Cuba para generar —ambos— un sistema clientelar, el referéndum revocatorio (2004), la abstención que entrega la Asamblea al chavismo (2005), el intento de reforma constitucional (2007) y victoria “pírrica” de la oposición, enmienda para la reelección indefinida de Chávez (2009), leyes del Poder Popular que retoman de facto el proyecto de la reforma (2007)… todo en el período liderado por el fundador del chavismo: Hugo Chávez Frías. Luego, endosado por Chávez en su fase terminal, Maduro agravó el uso y abuso del poder del Estado: actos de represión a protestas, decenas de muertos y presos políticos, constituyente inconstitucional (sí, contra la Constitución del 99), gobierno interino, inhabilitaciones políticas, judicialización de los partidos y la partidización absoluta de ministerios, institutos y empresas estatales.
Todo esto, en ambos períodos, insisto, con marchas, protestas, denuncias por parte de amplios sectores sociales y, por otro lado, grandes réditos económicos a la fidelización y sujeción partidaria. El país estuvo, al menos hasta 2013, muy claramente polarizado. El juego entre “el deber ser” vs. “lo que quiero tener” ganó con frecuencia el último bando en un país altamente consumista, rentista, colectivista e indulgente donde Chávez navegó con un sistema electoral electrónico calificado por él como “perfecto”.
Pero la factura llegó en 2017. La crisis agudizada en acceso a servicios, productos y bienes básicos terminó con el efecto “petrodólares” del populismo “social”, contrayendo la economía a niveles insólitos y extremando el garrote a falta de zanahorias. El propio chavismo —de base— termina comprendiendo que el modelo no funciona. Ocho millones de venezolanos de los más diversos tintes salen del país forzadamente.
Ahora, ¿por qué pensar que lo que ocurre con la crisis actual no es más de lo mismo? Porque solo queda el garrote, mientras el desmantelamiento se lleva por delante al propio chavismo de base. ¿La muestra? Que el 70% (inédito) en la era de la mal llamada V República lo gane “la oposición”. El chavismo dio un voto de castigo a Maduro, incluso en los cuarteles. Por eso este escenario, el 10 de enero, es algo nunca visto. Es la encrucijada final del chavismo y de todos los venezolanos porque estarían flagrantemente dando un golpe de Estado y se consolidaría un autoritarismo. ¿Tienen cómo sostener el desmán como antaño? La evidencia dice que no.