Un video se hizo viral en redes sociales: una adolescente llora desconsolada, está sola, sus familiares se han ido uno a uno de Venezuela. Le han dejado un celular para comunicarse. Apenas una pantalla para verlos y escucharlos. La muchacha afronta sola la precariedad de la vida en Venezuela, “¡no puedo con esto más!”. La separación de millones de familias venezolanas añade más carencia a la carencia de lo material.
El drama humanitario de 8 millones de migrantes forzados, se ha convertido en el eslogan de esta campaña presidencial: la reunificación de las familias. Más allá de derechas o izquierdas, no hay anhelo más fuerte ni categórico que ese, volver a verse.
Diversas circunstancias han hecho que hoy el candidato de la oposición, Edmundo González Urrutia, encarne la posibilidad del reencuentro. Lidera las encuestas más fliables: la Universidad Católica Andrés Bello le da 59,1% vs. 24,6% para Maduro, mientras la Consultora Clear Path Strategies la da 56% vs. 33% a Nicolás Maduro.
Por primera vez en veinticinco años existe un amplio consenso de ideas dentro y fuera de Venezuela: que en las elecciones presidenciales de hoy, 28 de julio, la oposición cuenta con el respaldo mayoritario de los venezolanos y que ese respaldo expresado en las urnas tiene que respetarse.
El jueves, el presidente de Chile, Gabriel Boric hizo suya la llamada de atención del presidente Lula a Nicolás Maduro: “no se puede amenazar bajo ningún punto de vista con baños de sangre". Otros líderes del llamado campo progresista han lanzado llamados a respetar el resultado de las urnas, es el caso de Gustavo Petro, presidente de Colombia y Alberto Fernández, expresidente de Argentina, lo que le valió a este último la revocación de la invitación hecha por el CEN (Consejo Nacional Electoral) para observar las elecciones en Venezuela. Xiomara Castro, presidenta de Honduras, ha sido algo más discreta, pero clara en su invocación a un proceso electoral «libre, justo, independiente y transparente». Y siguen nombres.
Lo que está en juego en la región es la afirmación de la democracia representativa, como un valor insoslayable (no el único) de la convivencia política. Lula lo ha expuesto con claridad: “Maduro debe aprender que cuando se gana uno se queda, cuando se pierde uno se va”. Tan simple como eso. Que Corina Machado, política de derechas, apoye decididamente la candidatura de Edmundo González Urrutia que se define de centro, no es razón para amañar una elección y birlar la voluntad expresada en las urnas. Ni siquiera lo ha sido la preocupante elección del “libertario” extremista Milei en la Argentina. Ante un gobierno de derechas se cierran filas en una oposición democrática y se prepara su derrota política. Eso es democracia.
En definitiva, importantes figuras del progresismo latinoamericano coinciden en que la legitimidad de cualquier régimen descansa en el voto popular. Que este principio democrático sea hoy acuerdo amplio no es de poca monta en América Latina.
Aunque una vieja izquierda todavía existe. Sigue ahí, rengueando con la idea de una “revolución” de “masas”, épica, pero donde no hay cabida para los ciudadanos de carne y hueso. Esta semana, el respaldo festivo de Juan Carlos Monedero al régimen de Maduro es parte de una vieja guardia donde la noción de los proyectos colectivos pesa más que las urnas. Y los derechos humanos son un accidente de la geopolítica. Ese sector de la izquierda ha quedado aislado de momento en estas elecciones en Venezuela.
Cierto, algunos de los líderes democráticos y progresistas como Alberto Fernández o el propio Lula han mirado a otro lado por un tiempo, desentendiéndose de la feroz represión, las elecciones cuestionadas y la grosera corrupción del régimen en Venezuela. Pero ya no es posible hacerlo. Existen imperativos que han terminado por mover el fiel de la balanza: la seguridad de la región ante la perspectiva de una nueva y gigantesca oleada migratoria, el cálculo de la geopolítica energética y otros.
Y la más apremiante, Venezuela no aguanta más. Un intento del gobierno venezolano de burlar la voluntad popular puede encontrar una resistencia en las calles de alcance imprevisible. Los venezolanos y venezolanas harán esfuerzos inmensos por recuperar una cierta normalidad en sus vidas, por ver a sus familiares de vuelta. Harán de todo para eso, algunos viajarán miles de kilómetros, otros vigilarán el voto en los centros de votación o se movilizarán distribuyendo agua y viandas. Van a desafiar a Maduro y su régimen.
No es solo que el llamado a respetar el voto popular en Venezuela sea tendencia en estos días en X (Twitter) sino que muy pocos hoy ponen en duda que el régimen de Maduro será parte de la Historia trágica de América Latina.
Socióloga y narradora. Exdirectora académica del programa “Pueblos Indígenas y Globalización” del SIT. Observadora de derechos humanos por la OEA-ONU en Haití. Observadora electoral por la OEA en Haití, veedora del Plebiscito por la Paz en Colombia. III Premio de Novela Breve de la Cámara Peruana del Libro por “El hombre que hablaba del cielo”.