Ahora que ha terminado la Guerra Fría, la política internacional está saliendo de su fase occidental.
Samuel Huntington, 1993
Como sabemos, la Guerra Fría no mutó en tercera guerra mundial y termonuclear, gracias al “equilibrio del terror” garantizado por los EEUU y la ex Unión Soviética. Gracias a ello, la bomba dejó de mencionarse como factor interdisuasivo. La crisis de los misiles de 1962 ratificó ese estatus, con sendos retiros del stock nuclear que ambas superpotencias tenían en Cuba y Turquía. Había que estar loco para seguir amenazando con un artefacto que podía dejar el planeta solo apto para los trogloditas de Mad Max.
Por lo dicho, lamento informar que ya terminó la vigencia de esa garantía. El equilibrio del terror ya no existe. Este año, previo acondicionamiento político y sicológico de propios y extraños, Vladímir Putin puso sus bombas nucleares en la balanza bélica, para bloquear la ayuda a Ucrania de los países de la OTAN. Haciéndolo, normalizó su empleo, obligando a hacer lo mismo a los países que pretende disuadir. Emmanuel Macron lo advirtió desde Francia, diciendo que “las reglas del juego han cambiado” y que “Europa puede morir”.
En cuanto a la guerra asimétrica en Gaza, está claro que no puede focalizarse. Hamás es solo uno de los movimientos terroristas del Medio Oriente cuyo objetivo es la desaparición de Israel, país que tiene un potente arsenal atómico en el Néguev. Irán patrocina esa beligerancia con base fundamentalista y se supone que puede producir un arma nuclear en cualquier momento. También habría que recordar ese concepto de la “bomba islámica”, posicionado desde que Pakistán accediera a dicha arma en el marco de sus conflictos con India… otra potencia nuclear.
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En paralelo, China y los EEUU se muestran los colmillos atómicos en torno a la isla de Taiwán y, en Corea del Norte, Kim Jong-un sigue ufanándose de su arsenal nuclear. Lo muestra para aterrorizar a Corea del Sur y a sus otros vecinos y para adjudicarse un rol importante en un eventual tercer estallido mundial… al cual está contribuyendo.
En paralelo, los autoritarismos y dictaduras de Eurasia se aprovechan del pánico para fortalecerse, las democracias se debilitan vía polarización y la guinda de esta torta lúgubre la puso Donald Trump en los EEUU. Con prontuario como golpista, convicto por 34 delitos y con otros juicios pendientes, sigue como favorito para un segundo mandato presidencial en la democracia todavía más poderosa. Es una posibilidad que puede alegrar a Putin, pero no a las potencias de la OTAN, que ya no confían en la solidaridad norteamericana.
Esta semana leo en El País a un señor Andrea Rizzi, para quien “nos hundimos en una espiral de descomposición del orden internacional que nos deja cada vez más cerca de una ley de la jungla”. Es una de muchas advertencias europeas, que coincide con lo expuesto en columnas mías anteriores y en un libro que presentaré pronto con el título (vaya coincidencia) Chile y la ley de la selva.
Es que ante amenazas en modo nuclear más vale ser majadero. La lección está en el génesis mismo del arma total, con la soterrada polémica sobre su empleo a fines de la Segunda Guerra Mundial. Ya asumidos sus efectos devastadores y pendiente solo la rendición de Japón, hubo dos posiciones básicas entre científicos, gobernantes y mandos militares norteamericanos. Según unos, bastaría un ensayo ante políticos, expertos y militares japoneses para que su país se rindiera. Según otros, el ser humano no es del todo racional y los japoneses eran militarmente irreductibles. Solo tras una catástrofe demostrativa —morir para creer—, rendirían sus banderas y los soldados norteamericanos dejarían de sacrificar sus vidas en una guerra ya ganada.
La historia dice que la razón política estuvo con los segundos. Japón solo se rindió tras el pavoroso impacto de la bomba sobre Hiroshima. Lo que todavía no está claro es por qué Harry Truman permitió una segunda bomba sobre Nagasaki.
Los políticos de nuestra región, enfrascados en juegos endogámicos de poder, parecen no decodificar lo que está sucediendo fuera de sus comarcas. El equilibrio del terror les permitió creer que América Latina era un barrio geopolítico aparte y su prueba es que pasamos colados durante las dos guerras mundiales.
La mala noticia es que la actual normalización de la amenaza nuclear debe decodificarse según la ley de Murphy: si algo malo puede suceder, sucederá en Lima, Santiago y en todo lugar. Puede ser tan ecuánime como una catástrofe natural o tan viral como una pandemia.
Perogrullo diría que lo primero sería no seguir haciendo lo que hacemos, para adherir como región a una gran internacional por la paz. Pero segunda mala noticia: la precariedad del personal político incumbente, la voluntad kamikaze de nuestras dictaduras, la correlativa fragilidad de nuestras democracias y la irrelevancia de la ONU impiden que estemos política y militarmente preparados para arriesgarnos por la paz… que es nuestra seguridad.
Con todo, existe una tercera mala noticia que está pasando inadvertida: es el reemplazo progresivo de nuestros proveedores tradicionales de sistemas de armas. Visto que los exportadores de la OTAN están concentrados en Ucrania, que los EEUU ya no nos consideran siquiera como su backyard y que Israel está usando su stock exportable, la competencia de Rusia, China e Irán se está instalando fuerte en la región. Ya abastecen a Venezuela, Cuba, Nicaragua y Bolivia.
Se supone que los expertos militares de cada país tienen sus registros al día. Pero sin una relación de confianza con sus Gobiernos —que parece ser la regla general en nuestras democracias—, no pueden explicar a los políticos que cualquier cambio de proveedores de armamento sofisticado tiene carácter estratégico. Quien pone los tanques, los barcos, los cohetes y los drones es el que suele poner la música de los alineamientos.
Visto que en vez del fin de la historia vivimos el fin del equilibrio del terror y que la bomba es parte del juego bélico global, parece oportuno reconocer las siguientes 6 realidades:
1. En los niveles estratégicos de las grandes potencias, los estallidos ya están agendados.
2. La utopía de la integración regional sobre bases ideológicas, que presuntamente nos haría más fuertes, hace rato cedió el paso a la distopía de una América Latina desintegrada.
3. Si nuestros desintegrados países comienzan a depender de proveedores de armas que reproducen los antagonismos extrarregionales, pueden generar cursos intrarregionales de colisión.
4. Los EEUU, que ya no son confiables en los países de la OTAN, no están en condiciones de intervenir las importaciones de armas en nuestra región.
5. Para iniciar un proceso rectificatorio, nuestros países deben recuperar la fuerza de sus democracias, socavar la fuerza de las dictaduras, generar iniciativas de desarme o, en su imposibilidad, reducir su dependencia de los sistemas de armas de importación.
6. Para que lo expuesto se entienda mejor, es conveniente releer a Samuel Huntington, quien se equivocó muchísimo menos que Francis Fukuyama.
José Rodríguez Elizondo. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.