No corro con frecuencia, es más nunca corro o al menos ya no recuerdo cuando dejé de hacerlo. El jueves decidí reanudar el paso y solo pude mantener el ritmo un par de cuadras, las demás las hice caminando y anotando colores y viejos recuerdos. ¿Por qué me paso recordando y deteniéndome a cada rato? Siempre imagino que la próxima vez que me siente ante la computadora (seguro en 15 minutos) debo tener algo que decir, sino la ansiedad me carcome y siento tanto terror a la hoja en blanco que empiezo a escribir sin detenerme, sin norte ni sur, ni este ni oeste. Tal vez solo con la seguridad de que hay un respaldo en el block de notas número 100 que debo tener oculto en algún lado.
Así he dejado a las palabras, independientes, buenas gentes, para llamarlas cuando sea necesario y llegar a buen puerto sin seguir la línea recta, sino una en espiral que parece gustarme más. Fue en 1994 cuando llegué a la que sería mi primera redacción. Había un casting para nuevos redactores y yo, poseída por la poesía solo pensaba en los versos de mi primer libro, el que ya estaba en imprenta.
Fernando Obregón tiene una capacidad de hacerme pisar tierra a la mala (y se lo agradezco) y siempre me ha sido imposible no asumir el reto porque me habla con cariño y siente que necesito tener un impulso para hacer lo que “correctamente” debo hacer (al menos en ese momento). No se equivocó.
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En medio de mis pensamientos poéticos y exageradas ganas de irme, me puso una prueba: tenía que voltear una noticia (era sobre Susy Díaz) y entregarle una versión de un nuevo escrito a ver si decidía integrarme al equipo. Pero claro, lo que se olvidó decirme Fernando y lo supe cuando terminé la tarea, es que la revisión del escrito estaría a cargo de Eloy Jáuregui.
Sabía por Hora Cero y sus crónicas quien era Eloy Jáuregui, pero nunca lo había visto en persona. Un capo, me dije y preparé al instante mi espontánea retirada. Sentía que no tenía oportunidad y era preferible huir a escuchar la decisión que ya imaginaba. Maquiné mi salida heroica antes de recibir el veredicto, pero sucedió todo tan rápido que no me dio tiempo.
Eloy se me acercó y mientras leía esa nueva versión de la actividad proselitista de la futura congresista, iba explicándome los fundamentos de la crónica y el periodismo. A veces parecía complacido por alguna frase y otras conmovido por alguna torpeza. Pero ese día, haciendo la salvedad que pudo ser mejor, sugirió que me admitieran en El Mundo. Tiempo después me di cuenta que no solo fue un trabajo, sino un laboratorio de aprendizaje. Si bien estuve asignada a investigación, el hecho de que Eloy dirigiera la sección crónica me ayudó a compartir con él tantas ideas y a seguir sus consejos desde el principio. Sin proponérselo se convirtió en mi maestro: gracias a él las situaciones cotidianas se convirtieron en historias. Gracias a él aprendí a darle profesionalismo a lo que observaba. A hacer una pausa en mi recorrido y anotar el detalle. Tantos, como la del rescatador de pelotas en el río Rímac que inspiró mi libro de crónicas: “El rescatador y las vírgenes”, el mismo que él presentó en La Noche de Barranco y acuñó esa frase que repito siempre: “yo nunca la vi mal vestida, porque siempre la miraba a los ojos”. Gracias maestro
Comunicadora Social. Creadora del programa de televisión Costumbres. Personalidad Meritoria de la Cultura desde el 2015.