La victoria de Milei en Argentina renueva la idea de que la ola ultraderechista está a un tris de devorarse la democracia en A. Latina. Junto a esa pródiga afirmación se levanta una realidad más espinosa, un puñado de contratendencias que ofrecen una región en abultada disputa que, en el método, sugiere una eficaz agregación de fenómenos de abajo hacia arriba en lugar de aquella que, desde la cima, suprime originales desarrollos nacionales.
Inquieta la tendencia a absolutizar las tendencias, especialmente su conversión en predicciones y que los hechos se abriguen con un manto bordado con una exclusiva tendencia. Este sesgo evita, por ejemplo, la relevancia de recientes triunfos democráticos en las elecciones en Brasil y Guatemala, la derrota de la Constitución conservadora en Chile y, en general, el revés de los oficialismos en buena parte de las elecciones de los últimos años. Las victorias conservadoras en Paraguay y Ecuador y de la ultraderecha en Argentina, todas en 2023, tiñen un escenario en el que son más decisivos los procesos internos.
Una tendencia de igual volumen que la protagonizada por la ultraderecha es la erosión del pacto democrático en la región, que las elecciones dejaron de renovar. Esta erosión no se debe, exclusivamente, al despliegue de la ultraderecha, sino a un variado grupo de razones de distinta incidencia en cada país: los autoritarismos surgidos desde la izquierda (Venezuela y Nicaragua), el copamiento corrupto y sucesivo del Estado (Guatemala y Perú), la crisis de las experiencias progresistas (Ecuador, Bolivia y Chile) o su desastre (Argentina), el fracaso del cambio frente al neoliberalismo (Perú) y, por qué no, los desbordes populistas en cada país, de factura de izquierda o derecha, ante las crisis de la economía y la seguridad (El Salvador). De hecho, hay diferencia entre la amenaza ultraderechista a la democracia de las instituciones y la amenaza plural a la democracia de las instituciones, las libertades y los medios de vida.
Desde 2021, la eficacia de la política democrática en la región se relaciona con una contratendencia, es decir, con la capacidad para la formación de grandes coaliciones antiautoritarias, como las lideradas por Petro, Lula y AMLO, y antes por X. Castro en Honduras (2021) en medio de la destrucción de los sistemas políticos tradicionales, y donde la unidad nacional como presupuesto para el cambio es crucial para la defensa de la democracia.
Cinco de las seis elecciones de 2024 en la región –El Salvador, Panamá, R. Dominicana, México, Uruguay y Venezuela– no serán propicias para las grandes coaliciones. El autoritarismo se reelegirá en El Salvador y Venezuela, en Panamá podría volver la corrupción partidaria al poder, en R. Dominicana se reeligiría Abinader (PRM) y en Uruguay ganaría el F. Amplio. En cambio, en México, donde Morena y sus aliados revalidarán el gobierno, se medirán dos poderosas coaliciones aunque el resultado es previsible: el viejo sistema corrupto perderá otra vez.
No obstante, la política de las coaliciones democráticas tiene posibilidades de legitimarse en el mediano plazo, especialmente luego de la caída de varios “centrismos” en la región, en países donde el sistema político es destruido y el presidencialismo precarizado (Ecuador y Perú), donde el modelo bipartidista o cercano a él se ha roto, y donde la ultraderecha no puede garantizar la gobernabilidad.
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Otra contratendencia es la batalla en las calles por la legitimidad del poder que se suma al cuestionamiento de los modelos neoliberales en las protestas de Ecuador, Colombia y Chile en 2019, de Ecuador en 2022, Panamá en 2023 y recientemente Argentina. En el Perú contra Castillo (2021) y en Brasil contra la toma del poder de Lula (2022) se ensayaron protestas de signo conservador, en tanto que en Guatemala las calles son decisivas para impedir el golpe de Estado fiscal contra el triunfo de Arévalo. En Paraguay (2023) el relato del fraude fue liderado por un outsider díscolo ahora detenido (Cubas) y en el Perú, el régimen posgolpe de Castillo se tambaleó entre diciembre y marzo por una movilización sofocada sangrientamente. En el mediano plazo, las elecciones no serán suficientes, ya no para renovar la democracia en A. Latina, sino para dilucidar el ejercicio del poder, un proceso que asfixia el presidencialismo, agota las segundas vueltas como vía para la formación de mayorías políticas y permite el creciente juego político de los militares.
Las calles no son las de antes. En general, las movilizaciones en A. Latina siguen siendo hasta ahora un crisol con amplia presencia opositora al neoliberalismo y autoritarismo. Esta realidad es matizada por complejos giros, como la movilización de los mineros en Bolivia en demanda de nuevas licencias para explotación de oro en zonas que ambientalistas reclaman como áreas protegidas o los bloqueos de carreteras en octubre pasado atribuido a Evo Morales, enemigo del Gobierno de Arce.
Para la democracia de A. Latina no son suficientes las elecciones, las coaliciones y la movilización. Hace falta desafiar el sentido común autoritario que se abre paso en la derecha a izquierda, con marcado tinte populista y extremista cada uno con sabor nacional difícil de agregar. Bukele, Kast, Antauro, Milei, Bolsonaro, Manini, Maduro y Ortega, entre otros, no son parte de una ola regional homogénea, sino pedazos de procesos internos resultado de fracasos de experiencias democráticas.
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En algunos países, la derecha y la izquierda han dejado de construirse frente a frente. Buena parte de liberales y socialistas carecen de escrúpulos para respaldar y, eventualmente, subirse al extremismo contrario. En el Perú, una parte de la izquierda convive con la ultraderecha en el Congreso y otra parte no cree que Castillo sea un golpista fracasado y que encabezó un gobierno corrupto y continuista. El PRD mexicano, lo que queda de él, es un apéndice del PRI/PAN, en Argentina una parte de la UCR ha sido colonizada por el PRO de Macri, y en Bolivia, Morales es el primer opositor al gobierno del partido que fundó. En la misma nota, una parte de la izquierda comparte en varios países de la región su crítica al feminismo, a las demandas de los pueblos originarios y al sistema interamericano de DDHH.
En una región fragmentada más que polarizada, el auge ultraderechista y la erosión del pacto democrático no son caras de una misma moneda sino los lados de un dado que rueda en cada crisis y proceso electoral interno. El “problema democrático” incluye a los demócratas. La democracia liberal y la izquierda no cumplieron su papel. La defensa de la democracia no puede ser un conjunto semivacío institucionalista. No se puede renunciar a la unidad y al cambio.
Abogado y politólogo. Egresado de la UNMSM, Magíster en Ciencias Penales y candidato a Doctor en Filosofía (UNMSM). Profesor en la USMP y UNMSM. Director del Portal de Asuntos Públicos Pata Amarilla.