Internacionalista y profesor asociado del Dpto. de Ciencias Sociales de la PUCP.
El fin de la emergencia sanitaria por la pandemia de la Covid-19, declarada por la OMS este año, ha cambiado las prioridades de los Estados, dando paso a dinámicas que son de gran importancia para el mundo desde antes de la pandemia y que vuelven a ser el centro de la atención.
Después de los atentados del 11 de setiembre (2001), el terrorismo transnacional se convirtió en la principal amenaza para la seguridad internacional. No obstante, la consolidación del conflicto en Ucrania y el resurgimiento del conflicto del Nagorno Karabaj parecen estar produciendo algunos cambios en materia de seguridad, otorgándole mayor importancia a las amenazas tradicionales. El primero de ellos no muestra señales de solución, más bien, en el 2023 ha entrado en una fase de estancamiento. La contraofensiva ucraniana no tuvo los resultados esperados y los avances rusos han sido limitados. Parece que está comenzando a dominar la idea de una guerra de desgaste: los rusos esperando que la ayuda occidental a Ucrania se acabe y Estados Unidos (principal socio de Ucrania) esperando que Rusia se debilite lentamente.
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Y ya que hablamos del fin del mundo bipolar, uno de los temas que quedó pendiente de solución en 1991 fueron las diferencias entre Azerbaiyán y Armenia por la región del Nagorno Karabaj. El 2023 vio resurgir nuevamente un escenario de enfrentamiento a partir de una ofensiva azerí que ha generado el éxodo de miles de personas de la región en disputa. En todo caso, sigue siendo un conflicto irresuelto.
Esto no significa que la amenaza terrorista ya no sea de relevancia para los países. El mejor ejemplo de ello fue el reciente ataque de Hamás contra fuerzas militares y población civil israelí. Esta accionar –nunca antes visto por parte de Hamás– tuvo como respuesta una ofensiva, inhumana y sangrienta, por parte de Israel, en la Franja de Gaza. La misma que ha causado la muerte de más de 20.000 palestinos, en su mayoría civiles (en gran porcentaje niños).
Aunque se han dado algunos espacios de acercamiento –que han permitido el intercambio de rehenes–, el apoyo de Occidente a Israel, principalmente de Estados Unidos, ha impedido detener la violencia.
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Por otro lado, otro tema que ha vuelto a tener gran importancia el 2023 ha sido la continuación de la difícil dinámica bilateral entre Estados Unidos y China. Cabe señalar que este año ha sido particularmente complejo para ambas potencias mundiales.
En términos económicos, Estados Unidos ha superado las oscuras expectativas que tenía a inicios de año, evitando la recesión y controlando la inflación, pero con un crecimiento magro de alrededor del 2%. Mientras que, en términos políticos, el presidente Joe Biden llega a su último año de gobierno muy debilitado con una aprobación en caída (fundamental si piensa en su reelección) y su principal opositor, Donald Trump, se consolida como el candidato republicano a derrotar. Increíblemente, a pesar de los múltiples problemas judiciales que le acechan a Trump, estos no parecen afectar su candidatura.
Tratándose de China, si bien se estima que su economía va a crecer el 2023 alrededor de 5% y parece haberse librado, por lo menos este año, del fantasma de la crisis inmobiliaria, las inversiones se retiran del gigante asiático y existe una tendencia a decrecer. Por su parte, en el ámbito político, Xi Jinping ha logrado fortalecer su liderazgo al ser reelegido como presidente de China por un tercer mandato (2023-2028).
Las prioridades internas que tienen Estados Unidos y China no han impedido que su relación se siga deteriorando, ya sea por las diferencias comerciales existentes o por lo que sucede en Ucrania, el futuro de Taiwán y su competencia en la región del Indo-Pacífico. Sin embargo, luego de un año dominado por acusaciones de espionaje entre ambos países, aprovechando el foro APEC realizado en Estados Unidos, Biden y Xi se reunieron, lo que podría significar el reinicio del diálogo bilateral.
Por otra parte, el fin de la pandemia también permite darnos cuenta que América Latina sigue siendo una región con bases poco sólidas. Y, aunque algunos países referentes (México y Brasil) han presentado una leve mejora económica, según la CEPAL, América Latina todavía muestra un bajo crecimiento. En cuanto a la dinámica política, es muy cambiante, por no decir caótica e inestable, tal y como lo grafica la llegada al poder de Inácio Lula da Silva en Brasil y Javier Milei en Argentina.
Lula, quien llegó al Palacio de Planalto a inicios de año, tuvo que hacer frente a un intento de golpe de Estado por parte de los partidarios de Jair Bolsonaro. Y si bien el Brasil de hoy no es el mismo que hace dos décadas, Lula está buscando restablecer la agenda de sus gobiernos anteriores, ejerciendo liderazgo al promover la integración regional, pero también asumiendo un papel más activo en espacios de relevancia para el mundo emergente (como los BRICS).
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Mientras que Milei, la antítesis de Lula, salió electo como presidente de Argentina, venciendo tanto al peronismo como a la derecha tradicional. En estas pocas semanas de gobierno, más allá de algún nivel de pragmatismo que le ha permitido aliarse con parte de lo que él criticaba como la “casta”, su gobierno está llevando a cabo grandes reformas neoliberales que están empezando a generar una importante fractura en el país.
Otro aspecto que también debe resaltarse en América Latina es el declive de la democracia. En el 2023, el caso más llamativo ha sido el de Guatemala, país en el cual la élite política ha hecho todo lo posible para que Bernardo Arévalo, ganador de las elecciones, no asuma la presidencia. Además, la permanencia de Nicolás Maduro (Venezuela) en el poder –afianzado por su acercamiento al gobierno estadounidense–, la postulación de Nayib Bukele (El Salvador) –a todas luces prohibida por la Constitución de su país– y el poco respeto que el gobierno peruano ha mostrado por los derechos humanos y la institucionalidad, denotan las diversas formas que pueden afectar la democracia en la región.
Finalmente, tampoco ha sido un buen año para los principales espacios que promueven la cooperación entre los países de la región. Si bien el desarrollo de la cumbre CELAC y la cumbre CELAC-UE, así como foros que buscan el resurgir de la integración suramericana y amazónica, han generado expectativas positivas sobre la cooperación en América Latina, todavía los resultados son pobres.
Más bien, las dificultades de la OEA para hacer frente a la defensa de la democracia y los pocos avances de espacios de integración como el MERCOSUR –que continúa en una negociación comercial interminable con la UE– y la Comunidad Andina –que se encuentra inmersa, nuevamente, en un proceso de reingeniería–, expresan las debilidades del multilateralismo en la región. Incluso, la Alianza del Pacifico, uno de los principales referentes en materia comercial, ha tenido problemas. Y es que, al tener una naturaleza completamente intergubernamental, las diferencias entre Perú y sus socios de México y Colombia, han tenido un impacto negativo en el bloque.
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