Agradeciendo a Castillo su generosidad, por Augusto Álvarez Rodrich

A un año del intento de golpe más absurdo de la historia.

Lo único que el Perú podría agradecerle a Pedro Castillo, quien deambuló por la presidencia de la república durante 16 meses sin entender en qué consistía, salvo para robar como pirañita, es que un día como hoy, hace un año, tuvo la generosidad de protagonizar el golpe de estado más absurdo de la historia mundial —olvidó avisarle a la fuerza armada, policía, al menos al serenazgo—, pues si no hubiera optado por el harakiri político el 7 de diciembre, aún seguiría en el gobierno destruyendo al país cada día un poco más.

Castillo significó un enorme riesgo para el país, pues su presidencia fue lo más cerca que han estado las economías ilegales —minería, narcotráfico, tala, trata de personas— y los resquicios de Sendero Luminoso de estar en palacio de gobierno, pues unos fueron sus aliados políticos, y a los otros los puso en cuanto puesto público pudo.

Salvo para quienes se aprovecharon de su gobierno, mediante el asalto al erario y el aviso oportuno para huir como prófugo de la justicia, un puesto público relevante —ministerio, embajada, o cercanía privilegiada al presupuesto—, la presidencia de Castillo fue un período oscuro para el país.

Sin embargo, su gobierno permitió probar que la frágil institucionalidad peruana podía resistir a un vandalismo gubernamental preñado de ignorancia, impericia y codicia. El país no quebró, como sí ocurrió en el primer gobierno aprista de Alan García, y la economía siguió funcionando, pero perdiéndose oportunidades, ingresos y empleos que perjudicaron más a los más pobres que Castillo, con arrogancia injustificada, prometía ayudar.

El gobierno de Castillo fue el de la promesa incumplida, y el de la desilusión de que alguien surgido de la pobreza podía hacer un buen gobierno que conectara con los pobres para ayudarlos a su progreso. Fue, también, el que hundió a la izquierda, cuya complicidad irresponsable y oportunismo de no criticarlo y silenciar sus fechorías, le pasará factura. Hoy quieren crear un ‘castillismo sin Castillo’ que, por falta de autocrítica, será poco creíble.

La derecha irresponsable derrotada por Castillo, lo acusó sin fundamento de ganar la elección con fraude; y ya como presidente él se esforzó por demostrar que el único fraude era él.

Augusto Álvarez Rodrich.

Claro y directo

Economista de la U. del Pacífico –profesor desde 1986– y Máster de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy, Harvard. En el oficio de periodista desde hace más de cuatro décadas, con varios despidos en la mochila tras dirigir y conducir programas en diarios, tv y radio. Dirige RTV, preside Ipys, le gusta el teatro, ante todo, hincha de Alianza Lima.