Opinión

La calle, calla, por Jorge Bruce

“La democracia no ha estado a la altura de su promesa y, por lo tanto, carecemos de una masa crítica de ciudadanos capaces de salir en su defensa. De eso se han aprovechado los dictadores”.

BRUCE
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La gran pregunta es por qué. La presidenta Boluarte grita, rodeada de uniformados, que los muertos de las manifestaciones de protesta han sido asesinados… por ellos mismos. La tesis del suicidio en masa –ni Martha Chávez se había atrevido a tanto– no causa revuelo. Acaso porque a nadie le importa lo que diga, pues todos sabemos que ella es una marioneta del Congreso, cuyas órdenes llegan a través del jefe de Dina, el premier Otárola.

Lo más grave, sin embargo, es lo que viene haciendo el Congreso, en su arremetida para capturar a la Junta Nacional de Justicia. Los delincuentes –hay que llamarlos por su nombre– serán los encargados de nombrar a jueces y fiscales, así como a los integrantes de la ONPE y el Reniec.

Pero la calle, ¡ay!, sigue callando. En su libro Repúblicas defraudadas, Alberto Vergara escribe acerca del despotismo de lo habitual. La democracia no ha estado a la altura de su promesa y, por lo tanto, carecemos de una masa crítica de ciudadanos capaces de salir en su defensa. De eso se han aprovechado los dictadores de Nicaragua o Venezuela. A esto hay que añadir el fracaso de la izquierda peruana. La alianza de facto entre el partido de Vladimir Cerrón y el fujimorismo es clara muestra de esta abdicación.

Asumo que su racionalización, puertas adentro, consiste en algún delirio como el de pensar que, una vez tomadas todas las instituciones, ellos llamarán a la revuelta y se harán con el poder. Antes se decía que la derecha ni olvida ni aprende. Ahora la izquierda se ha emparejado.

Mientras tanto, los habitantes de este territorio, que cada día es menos republicano y democrático, se concentran en sus tareas, cada vez más duras, de supervivencia. La economía decrece al tiempo que la delincuencia aumenta, junto a la impunidad. De hecho, este cáncer de la inseguridad es visto, por quienes se están apoderando del país, como un aliado de facto. Pues mantiene a la gente ocupada en sobrevivir y los distrae, mejor que un diario chicha, de sus tropelías.

La mayoría de diarios, dicho sea de paso, también callan. Buena parte de la élite económica se aferra a la idea de que estarán mejor en dictadura, pues será más fácil comprar a los nuevos gobernantes. Solo me queda citar a Virgilio, quien escribió hace veinte siglos, en la Eneida: “‘Tened ánimo firme. Reservaos para tiempos felices’. Eso dicen sus labios; en su inmensa congoja finge el rostro esperanza, pero le angustia el alma, una honda cuita”.