Avión privado se despistó en Argentina: piloto y copiloto murieron

Codicia, por Carlos Cornejo

“Atrás quedó el anhelo de la gloria deportiva, de querer ser el más grande, el más querido, el ídolo de todos…”.

Desde que era muy niño abracé el futbol como el deporte de mis juegos. Había en esos partidos una nobleza que comenzaba entre dos porterías hechas de piedra en la calle Larco Herrera —junto a la huaca Pucllana, en Miraflores— y que terminaba en ir al Nacional, llevado por mis tíos, a ver a la selección del 82.

Cada uno de esos hombres que vestían la blanca y roja eran profesionales que vivían del futbol. A la luz de los años era claro que no jugaban gratis, que de eso vivían. Los sueldos por aquel entonces eran muy pequeños en relación con las monstruosidades que se pagan hoy, pero uno percibía que en ese juego —cuya penetración del marketing y el negocio se hacía cada vez más predominante— todavía había un sustrato que lo sostenía: alcanzar la gloria deportiva.

Comparto estas líneas días después de tener una conversación en Nativa TV con un joven periodista deportivo argentino, Facundo Choque, quien contó lo que ha costado el pase de Neymar al futbol árabe. Debo confesar que me irrité un poco con la noticia, sentía que darle tanto dinero a una sola persona —en principio— es algo inmoral, pero además evidenciaba —una vez más— cómo un deporte tan hermoso como el futbol ha sido secuestrado por mercaderes y hombres de negocios. Como casi todo, dicho sea de paso.

El Paris Saint-Germain (PSG), el equipo más ganador del futbol francés, llegó a un acuerdo con el club saudí Al-Hilal para vender a Neymar por una cifra de alrededor de unos US$98,5 millones. Neymar firmó un contrato por dos años y medio hasta diciembre de 2025 a cambio de 160 millones de euros. La venta se transformó en la mayor compra en la historia de la liga árabe. Tendrá premios de casi un millón de dólares por victoria obtenida y un avión privado a su disposición.

¿Tiene Neymar derecho a ganar eso? Sí. Pero la pregunta que me hago es por qué alguien —que ya desde antes de ir a París a jugar tiene hace mucho tiempo su vida, y la de sus hijos y nietos, asegurada en lo económico— necesita más dinero. La magia que nace de sus pies genera un movimiento de plata gigantesco que va acorde con los montos señalados. Pero en el fondo, creo que al mismo tiempo Neymar es víctima de un sistema que se sostiene en la codicia, en siempre querer más para solo tener más, para decir que se tiene más, para fotografiarse teniendo más, para exhibir que se tiene más, porque no tendrá vida suficiente para gastar la barbaridad de dinero que está por recibir.

Se perdió el norte. Atrás quedó el anhelo de la gloria deportiva, de querer ser el más grande, el más querido, el ídolo de todos, el del gol que todos recuerden. ¿Por qué? Porque alguien les ha hecho creer a los futbolistas, muchachos pobres del arrabal latinoamericano, a través de esos cheques abultados que ese es un estado de cosas que ellos se merecen por su talento. Creo que no. Pienso que son víctimas con la billetera llena de un sistema que los explota… pero a quién le importa demasiado ser la víctima.

Carlos Cornejo

Cuerpo a tierra

Comunicador por la UL. Hace 22 años que conduce y produce en radio y Tv. Cursó la Maestría en Ciencia Política en la PUCP. Ha dirigido el Área de Asuntos Públicos del IDEHPUCP. Enseñó periodismo en la UPC y fue corresponsal de Radio Nederland de Holanda. Actualmente conduce “El Informativo” en Radio Nacional.