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La barbarie en el poder, por Patricia Paniagua

“Prueba de ello es el duro trance que atraviesan deudos y víctimas de la represión estatal del régimen actual en camino a su búsqueda de justicia”.

En el último tiempo asistimos a un bochornoso espectáculo más del ciclo de desmantelamiento y copamiento de la institucionalidad democrática, contrarreformas y retrocesos que, fatídicamente, marcan estos tiempos en nuestro país y que es liderado por la coalición autoritaria, mercantilista, antiderechos y ultraconservadora ahora en el poder.

Al desmantelamiento de la Sunedu le ha seguido el de la ATU. A la elección de miembros del TC, por parte de un Congreso deslegitimado y con una aprobación de apenas el 6%, le ha seguido la “elección” del defensor del pueblo en un proceso irregular, sin garantías de idoneidad, que responde a intereses y componendas e imposibilita una real labor de defensa de derechos de la ciudadanía y de la democracia. Y la lista continúa. En su mira más inmediata están los órganos electorales y la Junta Nacional de Justicia, cuya independencia pretende amenazarse.

Por su parte, en el ámbito de lo judicial un preocupante pronunciamiento de la Corte Suprema contraviene los estándares internacionales que cautelan el derecho fundamental y constitucional a la protesta. Esto pone de manifiesto un claro debilitamiento del Estado de derecho que expone a la ciudadanía, prueba de ello es el duro trance que atraviesan deudos y víctimas de la represión estatal del régimen actual en camino a su búsqueda de justicia.

Esta innegable arremetida antiderechos ciudadanos es un muy alarmante avance más en la inaceptable primacía de los intereses particulares por encima de la búsqueda del bien común.

Todo ello, sin duda, responde a la imperante antipolítica que ha hecho de la barbarie, antípoda de política, la forma de ejercicio del poder, de las relaciones que de él se derivan, de la contraposición de ideas y que ha convertido al “otro” ya no en adversario sino en enemigo. A esto se suma el grosero patrocinio de intereses particulares que asume, sin rubor, la clase política actual de cara a la ciudadanía a la que debiera representar y que nos lleva a ir más allá y preguntarnos por los partidos políticos detrás y su escandaloso divorcio con un concepto tan básico como la vocación, que debiera ser razón de ser de sus organizaciones y militancias. Además, la impunidad reinante es abono para este terreno, que como vemos nos aleja de las reglas de la democracia y la civilidad.

Esta barbarie, que pretende desplazar al debate público democrático, es la que permite, por ejemplo, el accionar de grupos violentos que difaman, estigmatizan, acosan impunemente, a vista y paciencia de las autoridades.

Esta incapacidad para abordar los asuntos públicos y comunes a toda la colectividad poniendo por delante el consenso y el diálogo en favor del interés común antes que la violencia representa el auge de la barbarie y es solo la participación ciudadana, su implicación y compromiso la que podrá desplazarlos del poder que hoy ostentan.