Hace poco más de una semana, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) presentaba su informe sobre la situación de los derechos humanos en el país, fruto del recojo riguroso de evidencias de los hechos suscitados en las protestas ciudadanas contra el régimen actual. Este daba cuenta del uso desproporcionado de la fuerza, de las gravísimas violaciones de derechos registradas por parte del Estado y de la urgencia de lograr justicia para las víctimas, deudos y la sociedad en su conjunto.
Como era de esperarse, la reacción por parte del Gobierno, y la coalición política que lo sostiene, lejos de recoger y allanarse a las contundentes evidencias, conclusiones y recomendaciones del informe, optó por el bochornoso intento de descalificar al órgano principal y autónomo de la Organización de Estados Americanos (OEA) encargado de la protección de los derechos humanos al imputarle un falso sesgo ideológico. Ello se acompañó de una serie de reacciones en cadena muy viscerales, plagadas de discursos de apología a la mentira, estigmatización y polarización que incluían groseras distorsiones a la verdad que contiene este informe.
No se hicieron esperar bulos, negacionismo y posverdad esparcidos sin control en el intento de invisibilizar, infructuosamente, el enorme revés que este nuevo informe significa para el régimen. Esto, inevitablemente, nos lleva a dos preguntas clave: ¿cuántos hechos y verdades más son manipulados sobre la base del interés de parte? y ¿por qué, a pesar de ser desmentidos, se repiten impunemente hasta posicionar falsas narrativas, bajo la premisa del “miente, miente, que algo queda”?
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Estas interrogantes surgen, con especial preocupación y con ánimo de protesta, en un momento en que el debate público está siendo tomado por difusores de bulos, desinformadores, negacionistas, narradores de posverdad, fanáticos y conspiranoicos constituidos al interior de un espectro político ultraconservador, autoritario y reaccionario y como parte de una gran maquinaria de mentiras que opera sin pausa para instaurar narrativas falsas que pretenden ocultarnos y torcer aquello a lo que tenemos legítimo derecho: la verdad.
Pretenden negarnos también la memoria y hasta reescribir la historia sobre la base de mentiras. Buscan lavar caras y manos, borrar capítulos de nuestra historia e impedirnos construir el presente y el futuro, a partir de las enormes lecciones que nos han dejado los hechos del pasado. El estado más delirante de esta pretensión es el discurso de aquellos que postulan “retirarnos de la CIDH”, lo cual ni es posible ni borra las violaciones a los derechos humanos del pasado, presente o futuro. La reacción ciudadana frente a ello debe ser firme y de enérgica defensa de la verdad y la memoria. Sumémonos a la tarea de desmantelar la poderosa estructura de desinformación y sus falsas narrativas. Basta de tantas mentiras.Basta de tantas mentiras.