Hace unas semanas, el Senamhi informó a Rosa María Palacios que se avecinaba un ciclo de grandes lluvias y huaicos. Hasta entonces, el Gobierno quería tapar el sol con un dedo y sobrevino un primer aviso de desastre. Hoy la situación se agrava porque la ineficiencia prosigue mientras que el pronóstico es más complicado.
Estamos viviendo un Niño Costero y no un Niño Global, cuál es la diferencia y dónde se halla el peligro. Para empezar, El Niño Costero se forma por condiciones atmosféricas locales, frente a Ecuador y el norte del Perú. Actualmente está devastando esta región y el pronóstico establece al 90% su prolongación hasta julio. Para entonces, Piura y Tumbes pueden haber sido sumergidos bajo las aguas.
Por su lado, un Niño Global implica que se calienta todo el Pacífico Sur, desde Australia hasta Sudamérica, y tiene devastadores efectos a escala mundial. Eso no está ocurriendo aún, pero el organismo norteamericano para la predicción del clima, NOAA, sostiene que tiene 60% de probabilidades de materialización, porque las aguas calientes de El Niño Costero se están extendiendo hacia el centro del Pacífico. Si llegan a prender, tendremos un megaNiño en el verano de 2024. Una situación semejante al fenómeno de 1997-1998.
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En 1997, bajo el Gobierno de Fujimori, los organismos científicos realizaron un pronóstico parecido al actual. Ante ello, la estrategia presidencial combinó tres políticas: eficiencia en la prevención, clientelismo desenfrenado y represión a opositores. En efecto, por un lado, repartió plata y compró a muchas autoridades locales. En paralelo, metió palo y castigó a quienes no se sometieron. Pero fue elaborando un plan pensando como ingeniero. Como estaba dotado de poderes casi dictatoriales, lo llevó a cabo imponiéndolo a la fuerza.
Gracias a ello, el Gobierno repuntó ante la opinión pública porque Fujimori efectivamente redujo el impacto destructivo del megaNiño. Pero su conducta dictatorial y clientelista no fortaleció las capacidades estatales para prevenir y reconstruir. Todo lo hizo en forma personal y para su beneficio inmediato. No hubo legado institucional y la sociedad quedó tan expuesta como siempre.
Por su parte, PPK afrontó un Niño Costero y no un megaNiño. Su estrategia consistió en entregar la responsabilidad a la tecnocracia neoliberal y mirar desde el balcón. A diferencia de Fujimori, no se interesó por el fenómeno natural y sus efectos sociales. Durante la crisis estuvo como ausente y luego no enfrentó la reconstrucción pensando en reducir los riesgos ante un nuevo Niño. Si Fujimori supo aprovecharse, PPK fue inútil.
Del mismo modo, ahora estamos en cero. El Gobierno no puede llevar ni una motobomba, los ministros sostienen que están haciendo planes y trámites. Pero parte de las ciudades del norte están inundadas, las aguas se han mezclado con el desagüe y en medio de ciertos barrios se han formado lagunas de aguas servidas. La responsabilidad de municipios e inmobiliarias también es inmensa, pero el Gobierno ni siquiera encara el problema.
Lo peor han sido imágenes y declaraciones. Boluarte fue a Tumbes para su foto con los pies en el barro, pero acabó diciendo que no había plata para ayudar, la misma semana que ampliaba el presupuesto para gastos del Congreso. Asimismo, la ministra Pérez de Cuéllar hizo el ridículo cruzando un charco en una balsa.
Por eso, el Gobierno afronta el descontento de autoridades locales y un nuevo desborde social. En vez de ponerse las pilas, así sea por cálculo, reacciona de manera frívola e improvisada. Mientras que, la única forma de estar preparado consiste en trabajar en prevención tomando en cuenta el pronóstico más pesimista. Pero un país viejo gobernado siempre en forma podrida trae como resultado una sociedad muy vulnerable. En crisis permanente conmueve cómo sobrevive.
Historiador, especializado en historia política contemporánea. Aficionado al tenis e hincha del Muni.