Por: Antonio Zapata
El último ciclo de manifestaciones y protestas se ha concentrado en el sur del país, cuyas votaciones en las últimas décadas han sido regularmente anti establishment. Por ello cabe la pregunta por su puesto en la historia política nacional.
Después de la independencia, tuvimos la confederación Perú-Boliviana. Las nacionalidades eran incipientes y muchos pensaron que la unión de Bolivia y el Perú era conveniente porque reconstituía el espacio del viejo virreinato, haciendo posible recuperar la grandeza del Perú español.
Buena parte de los partidarios de la confederación estuvieron en el sur, encabezados por Arequipa. Pero también tuvo importante apoyo en Lima. Por ejemplo, José de la Riva Agüero, el aristocrático primer presidente, fue efímero gobernante de la república nor-peruana.
Terminada esta experiencia se definieron las nacionalidades peruana y boliviana por separado. Desde entonces, muchas veces compartimos el mismo bloque, como en la guerra del Pacífico, cuando Piérola intentó revivir el sueño unitario de la confederación. Pero era un discurso poco realista, porque ya eran estados nacionales distintos y con intereses separados, a veces coaligados, pero en otras ocasiones opuestos. Incluso el presidente Gamarra había muerto en combate invadiendo Bolivia.
Así, el sur quedó dentro de la heredad nacional y ha sido uno de sus componentes claves. Si el Perú fuera solo la costa, el país resultante sería muy parecido a Chile y su personalidad colectiva sería muy distinta. Lo peculiar del Perú deriva de los Andes, no solo del sur, sino de todas las regiones de sierra y también de selva.
Pero la especificidad de la sierra sur es clave porque concentra el componente andino indígena, mientras que, desde la era colonial, el mestizaje había avanzado bastante en la sierra norte y central y su perfil republicano era más cholo y menos indio.
Por ello, el sur es el indígena en el Perú. Ha sufrido como pocos y fue tremendamente explotado por los gamonales. Como región tampoco ha sido tan unida. El poder local siempre estuvo contra el campesinado y a favor de la alianza de hacendados, sacerdotes y funcionarios públicos. Pero es indudable que el sur posee una raíz única que confiere singularidad a la combinación de elementos disímiles que somos como nación.
De ahí que el sur ha estado siempre con el país en las buenas y en las malas. En la guerra del Pacífico hasta Puno fue ocupado por el ejército de Chile. Y en las buenas también, en los años veinte la vanguardia puneña publicó el Boletín Titicaca que corresponde a Amauta de Mariátegui y adquirió calidad y trascendencia internacional. En todos los episodios nacionales el sur ha estado presente y ha dejado nota de su perfil.
No siempre ha sido progresista. Estuvo con Sánchez Cerro contra el APRA cuando esta era revolucionaria. Luego, fue muy belaundista y sus caudillos locales, el Frenatraca de los hermanos Cáceres Velásquez, expresaban el liderazgo misti, más cerca del indio que el criollo, pero para explotarlo y no para defenderlo. El sur también fue muy fujimorista, por ejemplo, en Ayacucho había una enorme estatua de Fujimori.
Pero después ha votado en forma contestataria, más radical conforme más indígena. Es muy clara la correlación entre voto por la izquierda y autoidentificación censal como indígena.
El punto es la capacidad del sur para inclinar al país en su dirección. Peleará contra el resto o lo conducirá. Aún no está definido, pero si no vence empata y traba todo. La cultura política del campesinado es sencilla y persistente, no se rinde con facilidad.
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Sesenta muertos pesan demasiado. Prefiere usted tres años de violencia y represión o una alianza entre Lima y el sur. Eso empieza por exigir la renuncia de Boluarte y elecciones generales.
Historiador, especializado en historia política contemporánea. Aficionado al tenis e hincha del Muni.