Estamos a casi tres años del mensaje en el que Martín Vizcarra decretó estado de emergencia nacional y aislamiento social. Sin embargo, pese al tiempo transcurrido, los costos reales de la pandemia siguen siendo desconocidos. Las consecuencias de los fallecimientos en las dinámicas familiares, las pérdidas de aprendizaje sufridas por los estudiantes y la acentuación de brechas en el acceso a servicios básicos están aún lejos de manifestarse por completo.
Ante la capacidad de disrupción de un evento como este, es importante preguntarnos ¿qué hemos aprendido en términos de preparación? Esta pregunta se vuelve aún más crucial luego de que en la Conferencia de Seguridad en Múnich del 2022, personalidades como Bill Gates advirtieran que las probabilidades de otra pandemia (causada por otro patógeno) son bastante altas.
Quizás uno de los aspectos más desatendidos en el proceso de recopilar lecciones es el cuestionamiento de estrategias excesivamente tecnocéntricas. La diversidad de contextos sociales en los que se aplicaron estas soluciones es uno de los factores que explican por qué medidas estandarizadas (como la cuarentena, el uso de aplicaciones móviles y mascarillas) dieron resultados tan disímiles.
Por este motivo, más que solo un asunto epidemiológico, el proceso de construir capacidades para enfrentar futuras epidemias tiene que ser visto como un asunto social. Solo así es posible integrar conocimiento, datos, perspectivas y competencias de distintos grupos para buscar soluciones que respondan a contextos desafiantes como el nuestro.
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La resiliencia necesaria para minimizar los impactos de un evento similar dependerá de la credibilidad y confiabilidad de los profesionales con los que contemos, pero también de su entendimiento de las problemáticas sanitarias como sociales, de las redes que construyan y del uso estratégico de distintas fuentes de información que permitan el desarrollo de medidas más sensibles al contexto.
Investigadora en el Science Policy Research Unit de la Universidad de Sussex. Maestría en Políticas Públicas por la Universidad de Glasgow y es licenciada en Ciencia Política por la PUCP. Su trabajo de investigación gira en torno al rol de la tecnología y la innovación en procesos de transformación sustentables e inclusivos.