El deterioro del debate público es un rasgo penoso de esta crisis política, siendo escasa la posibilidad de respetar a quien tiene ideas distintas.
Algunas de las voces más notorias, estridentes o influyentes se han dividido entre militantes del ‘Dina-Asesina-presidenta-del-gobierno-cívico-militar’ y del ‘todos-los-que-protestan-son terrucos-a-favor-del-ladrón-de-Castillo’.
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La circunstancia ha empujado a los extremos, reduciendo el espacio para quienes —creo— son la mayoría conmovida por la complejidad de una crisis en la que, por momentos, se desborda el control de la protesta produciendo muerte; no se comprende una indignación en el ande por discriminaciones antiguas; las movilizaciones se ven infiltradas por quienes buscan muerte —y la consiguen—; no se valora el esfuerzo de los policías por restablecer un poco de orden en el caos; el narcoterrorismo masacra a policías; las bandas delictivas hacen ‘justicia’ y asesinan hasta a niños en la calle; y el transporte interprovincial o el desorden en la construcción matan más gente cada día, en un país donde la muerte ya es paisaje natural.
Se instaló la incapacidad de imaginar que quien piensa distinto de ‘mi’ verdad puede tener algo de razón o de quien pueda aprender, actitud penosa fortalecida por la ‘superioridad moral’ que refleja debilidad de argumento y discrimina con prejuicio pues ya ni se oye al que se cree que me contradecirá. O al agravio para evadir el debate.
Lo cual ha pasado del espacio público a los ámbitos privados de chats o relaciones directas de amigos, comunidad o trabajo, volviéndolos tóxicos. Y hay quienes aprovechan las diferencias para saldar otras cuentas u obtener ventajas, apareciendo en la superficie envidias, franeleos, sobonerías, o sometimientos a lo que diga el influencer o el patrón intelectual, con el camuflaje de la superioridad intelectual o moral. Algunas relaciones personales se han deteriorado mucho en la crisis.
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En el día del amor y la amistad, quiero agradecer a la mayoría de las personas de mis entornos, con quienes puedo conversar, debatir y aprender para mejorar mi visión. En eso, casi todos piensan como Lenin cuando dice que “es una verdad el que con frecuencia en política se aprende del enemigo”. Son los amigos que no perdí en esta crisis.
Economista de la U. del Pacífico –profesor desde 1986– y Máster de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy, Harvard. En el oficio de periodista desde hace más de cuatro décadas, con varios despidos en la mochila tras dirigir y conducir programas en diarios, tv y radio. Dirige RTV, preside Ipys, le gusta el teatro, ante todo, hincha de Alianza Lima.