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Simpatía por ignorancia y el fetichismo, por Augusto Álvarez Rodrich

¿Para qué cambiar el capítulo económico de la Constitución?

La antigua e invicta vocación de algunos por una asamblea para cambiar el régimen económico de la constitución solo puede ser señal de una simpatía por la ignorancia y el fetichismo.

La constitución vigente cumple 30 años, pero ya no es la misma de 1993: ha tenido 45 cambios relevantes, algunos positivos (como eliminar la inmunidad congresal) y algunos negativos (como cancelar la reelección parlamentaria).

Aún requiere varios ajustes, pero no en el régimen económico, uno de sus mejores capítulos pues ha permitido crecimiento y reducción de pobreza. El exministro Waldo Mendoza —quien no es derechista, empresario o fujimorista— explicó con rigor esta semana su contribución a la mejora económica.

Pese a ello, buena parte de la izquierda insiste en cambiar el capítulo económico de la constitución, aunque lo hace con aire paporretero y sin tomarse la molestia de sustentar cómo eso mejoraría la calidad de vida de los peruanos, especialmente de los más pobres a quienes dicen priorizan.

Ese capítulo garantiza los fundamentos básicos de un buen manejo económico y no impide, en modo alguno, modificar la orientación de la política económica —sin producir descalabros—, como lo reconoció hasta Pedro Francke cuando dirigió el MEF durante el gobierno de Pedro Castillo.

Sin vislumbrarse beneficios para la gente por cambiar el capítulo económico, abrir el proceso para modificarlo a través de una asamblea constituyente solo congelaría más la inversión, afectando así, más aún, a los más pobres.

La constitución necesita ajustes, pero no en el régimen económico. Proponerlo sin fundamento, como lo hace la izquierda, es, por ello, señal de simpatía por la ignorancia y el fetichismo.

Con simpatía por la ignorancia por proponer ideas con desconocimiento de los efectos económicos de las medidas que se sugiere, algo que es preocupante pues eso es inherente a personas irresponsables que no se preparan debidamente para la función pública, en la que deberán decidir por el pueblo.

Con simpatía por el fetichismo porque la confianza en ideas a las que se atribuyen poderes sobrenaturales que no poseen, es preocupante por ser propio de gente primitiva, la que no debiera nunca representar al pueblo.

La República

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