Las calles nuevamente se llenan de protestas, banderolas y voces que recogen eslóganes y coros. Ayer, los universitarios fueron los protagonistas de estas jornadas que habían disminuido como producto de la pandemia, pero que vuelven a reavivarse ante la crisis política que nos agobia.
La decisión del Congreso de herir de muerte a la reforma universitaria, quitándole facultades a la Sunedu y transformándola en una copia de la ex-ANR fue rechazada por los miles de jóvenes que ayer colmaron el centro de la ciudad de Lima.
También, las protestas involucran a otras iniciativas legislativas que se dirigen a darle una segunda oportunidad a las universidades no licenciadas por no haber cumplido con los estándares de calidad que desde la creación de la Sunedu se convirtieron en obligatorios, tales como la investigación académica, los títulos necesarios para ser profesor universitario y la existencia de laboratorios o mejor infraestructura.
Un tercer tema que movilizó ayer a los jóvenes fue la iniciativa legislativa que busca incorporar a los padres de familia en la confección de la malla curricular y los contenidos educativos. La propuesta tiene un sesgo conservador y va dirigido a recortar la educación sexual, por ejemplo, que actualmente se dicta en los colegios.
La movilización es la primera de una serie de acciones protagonizadas por los gremios estudiantiles y los centros federados de las universidades públicas y privadas, en defensa de la reforma universitaria y del órgano de control de cumplimiento de los criterios que se aplican para el licenciamiento de las casas superiores de estudios, la Sunedu.
Este martes, el Congreso pretende poner al voto las propuestas tan lesivas para la educación superior. La iniciativa que se alista a aprobar el Congreso tiene adhesiones de diferentes bancadas y de congresistas vinculados directamente a los intereses de los dueños de universidades bamba que han buscado en una y otra ocasión en el pasado, tumbarse a la Sunedu.
La gran fragilidad institucional, la atomización y polarización política y la crisis que no termina de resolverse en los niveles del Gobierno central han permitido en esta ocasión presentar un flanco débil en la defensa de la calidad de la educación universitaria. Solo la presión ciudadana y la lucha en las calles podría revertir un destino funesto.
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