Por Sandro Mairata | @CINENSAYOLat y @smairata
La nueva cinta de Claudia Llosa, disponible en Netflix desde el 13 de octubre, la mantiene lejos de la accesibilidad de Madeinusa o La teta asustada y sigue el camino de No llores, vuela (Aloft, 2014), una cinta aún más contemplativa e interior en la que dio rienda suelta a sus necesidades estilísticas para asentar un lenguaje propio de autora.
Distancia de rescate vuelve unos pasos atrás en la idea de presentar una historia impenetrable sin que Llosa claudique en su empresa personal: explorar sensaciones y mundos íntimos a partir de personajes ubicados en entornos donde todo lo exterior es amenaza.
Amanda (María Valverde) es una madre que llega con su hija de 6 años Nina (Guillermina Sorribes) a vacacionar a un pueblo argentino sin nombre; allí conocerá a Carola (Dolores Fonzi), madre de un niño de 12 años llamado David, interpretado por Emilio Vodanovich, y casada con un ranchero llamado Omar (Germán Palacios). Estos datos son las herramientas básicas con la que nos enfrentaremos a un thriller lleno de instantes sombríos, insinuaciones y pistas falsas destinados a crearnos una atmósfera envolvente donde narrativamente todo es penumbra y el resto, insinuación.
Trabajando de la mano de la autora de la novela homónima, Samanta Schweblin, Llosa oscurece todo aquello que en el texto original pudiera revisarse volteando algunas páginas o releyendo líneas previas para aclarar las dudas. Así, el guion de Distancia de rescate se ubica con decisión en la esfera de lo sobrenatural aún cuando la historia central pueda tener explicaciones más simples y no por ello menos preocupantes.
Un persistente diálogo en off desconcierta por lo macabro: David, el niño, interroga incesante a Amanda, en un tiempo que se entiende posterior a lo que vemos en pantalla. ¿Dónde se encuentran? ¿Qué ha sucedido? La cercanía entre Amanda y Carola se vuelve cómplice –se roza una potencial atracción entre ambas– pero toda esa línea distrae del terror acechante entre manos: la enfermedad y la muerte rondan este pueblo.
En esa encrucijada entre lo místico y lo mundano es donde Llosa se siente cómoda, increpando a sus personajes acerca de los límites de la maternidad (“distancia de rescate” es la medida imprecisa del trayecto que debe recorrer una madre para salvar a su hijo del peligro), aún a costa del entendimiento del espectador. Una curandera ofrece una “migración” para “sacar el espíritu de David a un cuerpo sano”. Y ciertamente, hay una deformidad, una alteración en los niños cuya respuesta pudiera estar en los campos de cultivo, en el río del cual depende el poblado o en el designio sobrenatural de una maldición inescapable.
Para Llosa, todas las respuestas son válidas.
distancia de rescate
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