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Tú abortas, yo aborto

“La consecuencia de penalizar el aborto es la muerte. Los abortos no matan, mata la clandestinidad”.

Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir. La demanda de los movimientos feministas y antipatriarcales son claras y se dirigen a dos instituciones clave en el trabajo de informar, prevenir y actuar: la educación y la salud pública.

Fuera de esta ecuación queda la Iglesia, que quiere dictaminar qué es la vida. Fuera de la ecuación quedan las autoridades, colectivos y partidos políticos de extrema derecha pero anti derechos que con discursos falsos y tergiversados señalan tan ligeramente que las personas que deciden sobre su presente y futuro son asesinas. Basados en toda esta mitología y ataques dirigidos, los Estados continúan negando el derecho a abortar a mujeres, masculinidades trans, personas intersexuales y no binarias.

En los últimos días, y a propósito del Día de Acción Global para el Acceso al Aborto Legal y Seguro, las calles de Lima fueron tomadas por colectivos feministas al grito de: ‘’¡Ni muertas ni presas! Aborto legal!’’, en rechazo de la criminalización de las personas que deciden interrumpir su embarazo y las fatales consecuencias para quienes lo hacen en condiciones clandestinas.

Abortar no es asesinar, es un procedimiento al que las mujeres y diversidades, en países que lo tienen reconocido, pueden acceder en caso hayan quedado embarazadas como consecuencia de un abuso sexual, su método anticonceptivo haya fallado, por falta de información, de recursos, o cualquiera sea la razón por la que no se quisiera continuar con la gestación.

Las imágenes de bebés de ocho y nueve meses pidiendo no ser abortados que se reparten en marchas anti derechos, canales de televisión y desde la propia Iglesia, son falsas. La realidad es que se trata de un feto. Y, según el Centro de Derechos Reproductivos (CRR) citando el caso Lakshmi Dhikta vs. Nepal, “un feto no tiene vida aparte y sólo puede existir en el vientre materno. Es por ello que, aunque reconociésemos el interés del feto, no podemos decir que éste prime sobre el interés de la madre”.

Tampoco es suficiente quedarse en el debate sobre si el aborto solo debe ser permitido en casos de violación. Norma Piña, ministra de la Suprema Corte de Justicia de México, país que hace poco lo despenalizó y declaró inconstitucional el artículo de la Carta Magna que señalaba que la vida empezaba en la concepción, dijo que cuando existe un abuso sexual, la mujer “tiene carácter de víctima y no otorgó consentimiento. En cambio cuando otorga consentimiento, no les permiten (abortar) en ningún tiempo”. Con esto, la jurista refiere que a las mujeres y divesidades se les niega el derecho a decidir con el propósito de castigar sus conductas sexuales.

Hablar del aborto como una experiencia traumática y oscura tampoco ayuda. En 2011, la Academia de Universidades Reales Médicas de Londres publicó un estudio que concluía que, tomando en cuenta casos ocurridos desde 1990 hasta ese año, “el aborto inducido en forma legal, no causa ningún problema de salud mental en las mujeres”. Y no solo eso. Otra publicación de la Universidad de California, realizada en 2020, arrojó que en el 95% de los casos analizados, las mujeres no se arrepienten de su decisión. Entonces, ¿por qué se sigue usando la narrativa de la culpa? Porque eso es lo que le sirve a los grupos antiderechos. Con creencias religiosas como bandera fustran vidas, carreras y proyectos.

El aborto no es un fracaso, mucho menos esa realidad tenebrosa que nos quieren vender. Es una intervención que debe realizarse respetando la decisión de mujeres y diversidades. El aborto seguirá existiendo, legal o no. Todxs conocemos a alguien que abortó. Tú abortas, yo aborto. La diferencia es dónde y cómo. La consecuencia de la penalización frente a la legalización es la muerte de lxs más vulnerables. Los abortos no matan, mata la clandestinidad.

Lucia Solis Reymer

Casa de Brujas

Periodista y editora de género en Grupo La República. Licenciada en Comunicación y Periodismo por la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas y máster en Estudios de Género por la Universidad Complutense de Madrid.