Anahí Barrionuevo, Victoria Guerrero y Ana María Vidal invitaron a un grupo grande de mujeres a registrar lo que vivían a los pocos días de habernos confinado para protegernos de un virus desconocido y mortal. Y hoy Cocodrilo Ediciones ha publicado Durará este encierro. Escritoras peruanas en cuarentena. Son 53 relatos cortos, que se multiplican repletos de infinitos mundos que el encierro incuba; parece mentira, pero este está lleno de vida cuando la muerte lo ilumina y es que se trata del misterio de la letra sobre el papel.
Historias que hacen pensar en los incalculables escritos de mujeres irremediablemente perdidos a lo largo de siglos; en las frecuentes prohibiciones que estas sufrieron a propósito de usar pluma, tinta y papel; en sus imprentas destruidas y sus páginas quemadas en plazas públicas. Muchas mujeres, sabemos, destruyen su propia voz.
Está el encierro, el estado femenino ansiado por los hombres durante siglos, que ha durado tanto. Inevitable pensar en Penélope, callada por Telémaco, su propio hijo, y aunque enviada a su habitación no deja de tramar. Sor Juana, aludida más de una vez en esta reunión de relatos, nos sigue fascinando con lo que hizo en su celda en México en el siglo XVII. Sin duda, así muchas otras, cuyas huellas tratamos de rastrear; la mayoría no dejó ninguna y no existen porque fueron destruidas o reprimidas. Y sor Juana se terminó de morir de tifus.
El encierro nos lleva a la casa, donde las mujeres transformaron secularmente las materias de la naturaleza en bienes de sustento; la harina en pan, el pellejo animal en cuero (a veces en pergamino apto para la escritura); donde han parido y muerto de parto. Transformada, la casa termina organizada casi solo por sentimientos. Pero la casa sigue dando trabajo a las mujeres, hay que cuidarla para que no se nos venga encima y las relaciones sentimentales tienen sus propias exigencias que suelen tornarse abrumadoras.
Durará, son muchas casas a las que se nos deja entrar sin reparo alguno; un cofre de intimidad. Mujeres entregadas al vértigo, sin noción del tiempo a la vez que inventan uno nuevo. Se escucha el silencio que se llena de significados, de recuerdos y temores; y el ruido ancestral. El encanto inicial del tiempo suspendido convive con el recuerdo de la barbarie callejera, calle que se idealiza y parece lucir una parte posible, pero sepultada por la bulla de la máquina y el peligro encarnado en los hombres. Y pese a que era solo el principio, ya extrañábamos el parque, las librerías, el café, el bar; a las amigas.
Varios relatos nos advierten que la barbarie precede a la pandemia que empeora todo entre nosotras. Demasiadas no tienen agua ni jabón. Para las mujeres, esto es igual o peor que una guerra tradicional. Cuántas niñas han dejado de aprender y están cautivas en habitaciones, en pequeños campos de concentración.
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